Concretamente, "Cementerio..." estaba encuadrado en esa primera sección, "Correspondencias", en la que el habitual horizonte ontológico y metafísico que caracteriza a su autor, se aparta por un instante de la pulsión insular nutricia, y se puebla de seres anónimos, pequeñas gotas en el mar de la existencia que, sin embargo, devienen símbolos de la misma. Así, ese niño en el barro o el ocupante de esa piedra sin nombre, tumbas incógnitas, pero también escritas por acción del deseo, en el agua, bajo la lluvia, a la manera del epitafio inscrito en la lápida del poeta:
Caminaste, una sombra apenas por la hierba,
hasta la piedra escrita. La mañana
verdeaba en lo húmedo, en el barro
mojado por la lluvia. Las palabras,
en la piedra, fijaban
un breve tiempo de dolor, el nombre
que fue escrito en el agua. Más allá,
pero casi cercana, se diría
a unos pasos tan sólo, pero dónde,
otra piedra perdida,
la de un niño en el barro, sin memoria.
Y otra piedra sin nombre, en la que sólo había,
simple, sin obra apenas, un ánfora labrada
toscamente. Que el agua
de la lluvia te alcance, piedra de la ignorancia,
que su rumor proteja la tierra sosegada.
De aliento notablemente más clásico es esta otra elegía, debida a Oscar Wilde, también con la tumba de Keats en el Testaccio como fondo. En ella, más allá de las referencias al célebre epitafio o a los tópicos funerales (injusticia de la muerte, elogio del difunto) quisiéramos destacar la presencia de esa guirnalda de violetas, motivo que algún día desarrollaremos por extenso en alguna entrada. La versión que os ofrecemos del poema es la segunda y definitiva:
Liberado de la injusticia del mundo y de su dolor,
reposa al fin bajo el azul velo de Dios;
arrebatado de la vida cuando la vida y el amor eran nuevos
aquí yace el más juvenil de los mártires,
bello como Sebastián, y tan precozmente asesinado.
Ningún ciprés sombrea su tumba, ningún tejo funeral,
sino dulces violetas llorando con el rocío,
tejiendo sobre sus huesos una guirnalda siempre florida.
¡Oh, el más altivo corazón que rompió la desgracia!
¡Oh, los más dulces labios después de los de Mitilene!
¡Oh, poeta pintor de nuestra tierra inglesa!
Tu nombre fue escrito en el agua... y perdurará;
y lágrimas como las mías mantendrán verde tu recuerdo,
como hicieron las de Isabella con su albahaca.
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