But all's closed now, despite Time's derision.
(Thomas Hardy)
tres planos fijos sucesivos encarados al balcón nos crean la ilusión de una noche vaciada de tiempo, en la que penumbra, oscuridad o claridad no fueran sino figuras silentes del trino de los pájaros. a continuación, el encuadre se demora en la cama deshecha, mientras se oye de fondo el murmullo encadenado de las risas y el agua de la ducha. luego, cuando se visten, se prometen dibujar con la memoria cada detalle de la habitación. ella sella el pacto con un verso escrito con rotulador en la trasera del cuadro colgado sobre la cama, que impide que él lea, en un juego que se prolonga hasta que finalmente se da por vencido.
a partir de ahí el guion abandona una línea argumental sólida en favor de un montaje sincopado armado en torno a, por un lado, escenas en espacios cerrados en los que los protagonistas divagan sobre trivialidades, y, por el otro, a un cuidado trenzado de imágenes de pueblos costeros, carreteras locales, riscos o campos de amapolas, en una apuesta por un intimismo discreto, reforzado por la banda sonora (la Pavane de Fauré) y las consideraciones en off de uno y otra sobre pasión, costumbre y rutina. la súbita irrupción de fotografías, gifs y vídeos extraídos de sus redes sociales (los "chispeantes" selfis en Times Square, Abu Simbel o la Gran Muralla, el safari en Kenia o el consabido catálogo de celebraciones) nos enfrenta de golpe al presentimiento de que ya no quedan versos ni misterio en sus vidas, solo sonrisas esplendentes (apenas ensombrecidas por la aparición de las primeras canas), en una modalidad de amor digital cada vez más próxima a converger con su algoritmo.
la escena final se inicia en otro rellano, esta vez frente a la entrada de un gabinete psicológico. una joven les conduce hasta la salita de espera. él consulta el móvil, ella continúa con su manual de feng shui. dos primeros planos delatan la falta de complicidad en las miradas. ya en el despacho, la conversación es distendida. tanto que él, sin venir a cuento, le inquiere por el verso aquel de detrás del cuadro, que, al parecer, ella nunca acabó por revelarle. su voz, ahora, refleja un entusiasmo más propio de quien cree haber dado con la piedra filosofal que no del que se aferra a un clavo ardiendo. la cara de extrañeza de ella y su respuesta conforme desconoce de qué le habla hacen aflorar en la terapeuta un rictus distraído o escéptico.
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una vez acabada la proyección, A y Ω, sin excesivas ganas de comentar nada, se sonríen con ternura premeditada. mientras buscan algún restaurante donde picar algo, A bendice el sempiterno desinterés de Ω por la poesía o el feng shui. quizá su dicha no fuera completa de saber que hace rato que Ω baraja fechas para cumplir su sueño de contemplar la puesta de sol sobre las pirámides de Guiza o el skyline de Manhattan.
Yo casi que hubiera guardado el relato para subirlo el 14 de febrero. Está a la vuelta del cuad… quiero decir, de la esquina.
ResponderEliminarSaludo cordial
Le doy toda la razón. ¡Lástima! Era la fecha adecuada. Un cordial saludo.
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