Disculpad nuestra rudeza, pero no se nos ocurre otro apelativo para des(calificar) a ese genocida educativo que es José Ignacio Wert. Y, encima, una vez más, poniendo muy alto el listón de la desvergüenza: "Lo hacemos con sufrimiento", ha dicho.
Mira, Wert, con sufrimiento, uno aprieta los dientes, apechuga, arrima el hombro, hace piña con los demás y salimos todos o ninguno; no como tú y tus terroristas presupuestarios, que os encumbráis más alto que nunca a costa de dejar el suelo sembrado de cadáveres.
Y en concreto, los de los 40.000 profesores empujados por ti al desempleo, con sus respectivas familias. Como también los de nuestros hijos, obligados a educarse en unas condiciones que todos los expertos salvo los tuyos coinciden en afirmar que tendrán un influjo totalmente pernicioso en su proceso de aprendizaje. Y todo por tu falta de valor político y tu manifiesta incapacidad, por tu egoísmo, tu clasismo y tu perversidad, por tu, en definitiva, complicidad con un des(Gobierno) que destina el dinero que no tiene para sus niños, sus muchachos, sus parados, sus mayores, sus enfermos, a salvar lo que los mercados ya han decidido que está muerto (menuda caída la de Bankia hoy en bolsa).
¡Qué oficio este de profesor! Uno, que lo vivió con intensidad hasta no hace tanto, recuerda el desajuste existente entre la percepción que tenía de sí mismo y la que podía comprobar cuando hablaba con los profanos (ya sabéis, "sí, hombre, los profes, los tíos esos que trabajan pocas horas y tienen dos meses de vacaciones"). Recuerdo la dureza de los primeros años, el constante reactualizar conocimientos y sobre todo metodologías de aprendizaje. La búsqueda de textos, la elaboración de materiales de apoyo, los afortunadamente cada más esporádicos conflictos en clase, los tediosos fines de semana en que tocaba corregir ejercicios y exámenes. Era entonces cuando te desesperabas, cuando te decías que no había nada que hacer, cuando también hacías cura de humildad, y buscando nuevos métodos, te decías que no cabía rendición posible, y que por algún sitio saldría el sol, como normalmente siempre acababa sucediendo.
Y con los años aquello dejó de ser un trabajo, porque cuando uno se siente o se sabe útil y disfruta haciendo lo que hace, y es consciente de que además los que tiene delante también disfrutan, ya no se puede hablar de trabajo.
Mira, Wert, entendemos tu apetito carnicero, como comprendemos al gallina redomado de tu jefe, que una vez más ha vuelto a hacer acto de aparición en el Congreso solo para votar aquello que tantas veces negó que haría. Está en vuestra naturaleza, no podéis evitarlo, tal como pasaba con el escorpión en aquella célebre fábula atribuida a Esopo. Y claro, la tentación de abortar de raíz la "macrohuelga" del próximo 22 valía la pena. Ahora ya sabéis los que, en un acto de coraje que os honra, decidáis seguirla, que más tarde o más temprano os convertiréis en objetivos del francotirador...
PD: No resistimos la tentación de dejaros dos enlaces, correspondientes a un par de artículos aparecidos en prensa recientemente: "Las verdaderas causas de la deuda pública", de Juan Torres, y "La razón moral del indignado", de Francesc de Carreras, cuya lectura nos han reafirmado aún más si cabe en la desfachatez de los motivos aducidos para el despiadado ajuste que estamos sufriendo.
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