Confesémoslo. Aunque ayer a primera hora de la mañana, disponíamos de algunos temas posibles para la entrada de hoy, todo quedó desplazado de un plumazo ante la inesperada rueda de prensa que iba a ofrecer nuestro registrador de la propiedad favorito. ¡Qué revuelo! Dos, afilando la hoja de la guillotina; Rambó, como loco gritando "¡A las barricadas!"; El Manco, que no sabía si ponerse disfraz de Lepanto o de miliciano; y mientras, la vieja truhán de S'peare, llevando al correo unos sospechosos paquetitos con destino a Suiza y Liechtenstein. "¡Asegurad puertas y ventanas! ¡Qué viene el rescate!", gritó la vecina. Y mientras, todos pertrechados, plumas, ordenadores y cámaras en ristre, dispuestos para inmortalizar el desastre.
¿El desastre? Sí, el habitual, el que, para nuestra propia perplejidad, cualquier día deja de indignarnos, y eso a pesar de que cada vez la hagan más gorda (ahí es nada el último protagonista del festorro-razia-atraco, el tal Aurelio Izquierdo -ven como al final resultará que "la izquierda" ha sido la verdadera culpable de todo-, nominado candidato por unanimidad a los premios Search & Destroy y Míster ERE del año). En cuanto a Rajoy, una vez más, la magnitud de la tragedia sólo le dio para hacer la del avestruz y señalar cobardemente al compañero del pupitre de al lado, mientras ponía cara de... ¿registrador de la propiedad?
Claro, que ya puestos a indignarnos con alguien, ¡hay que ver qué ruedas de prensa gasta la crisis! A la de ayer, para comenzar, no la salvaba de la sosez ni un pelotón de Arguiñanos perejil en mano. Así de intolerable nos pareció el intercambio de golpes modelo "tongo" al que nuestro compañeros de los medios de comunicación (y no solo los de "la caverna") sometieron (o más bien fueron sometidos) a (por) Míster Promesas Incumplidas 2012. ¡Ay, Helen Thomas, que estás en los cielos!
Y si de cielos se trata, quedémonos por un breve pero placentero instante en ellos, porque de los cielos trata finalmente esta accidentada entrada, o más bien de ese lugar que está entre la tierra y las nubes, que no es inmanencia ni eternidad, ni interior ni exterior, intersticio en el que se reúnen memoria y destino, en que el ser humano se siente tan cercano a los dioses que, siquiera por una décima de segundo, consigue reencontrarse consigo mismo.
Viene todo esto a colación porque en tal día como hoy, pero en 1958 moría Juan Ramón Jiménez, uno de los poetas fundamentales -sino el que más- de la España contemporánea. Pero también, porque en esta misma fecha, pero en 1953, el alpinista Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay alcanzaban por primera vez la cumbre del monte Everest, el "techo del mundo". En los tres, en sus respectivas epopeyas, fueran poéticas o deportivas, se cumplen en cierto las circunstancias mencionadas en el párrafo anterior.
No se nos ocurre mejor homenaje hacia ellos que dejaros un breve poema de La estación total, extrañamente poco conocido poemario de Juan Ramón, que se sitúa en el umbral que separa su segunda etapa poética -la que surge de Diario de un poeta reciencasado- de la tercera y última, la del exilio, periodo a nuestro modesto entender, de una hondura intelectual y de un sereno estremecimiento emocional difícilmente superables. El poema, "La copa final" recrea la imagen de un árbol, espacio de reunión, de acuerdo al poema "Álamo blanco", entre dos melodías, la del pájaro y la del agua, la de arriba y la de abajo. Árbol, eterno hermano del hombre, imagen mística de lo raíz y espiritual, de la humana contemplación del absoluto una vez abolidas las cadenas del tiempo.
LA COPA FINAL
Contra el cielo inespresable,
el álamo, ya amarillo,
instala la alta belleza
de su éstasis vespertino.
La luz se recoje en él
como en el nido tranquilo
de su eternidad. Y el álamo
termina bien en sí mismo.
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