¡Menudo día! ¡Y cómo estaban todos en la redacción! En primer lugar, por la intervención cada vez más esperpéntica de Goirigolzarri, que alcanzaba su más alto valor de prima de riesgo a primera hora de la tarde, cuando soltaba sin despeinarse el ya conocido adagio de "Es capital y no hay que devolver nada" (en referencia a la inyección de capital público, por lo que se ve a fondo perdido, con la que desde esa entidad piensan seguir chupándonos la sangre a todos), frasecita que le ha valido, por un lado, un lugar en el santoral de la patronal, y por el otro, el definitivo apodo de GoiriGolfarri entre los miembros de nuestra camada.
En segundo lugar, bien lo sabréis, por las palabras de Madame Lamerde, perdón Lagarde, en The Guardian, al respecto de sus afectos compasivos, más cercanos a las dificultades de escolarización de los niños del Níger que a las madres sin comadrona y los pacientes sin dinero para el tratamiento helenos, como si con todo lo que roba el FMI a lo largo y ancho del mundo no hubiera bastante para unos y otros. Ay, LaMerde, no caerá la breva de ir a llevar tú personalmente la ayuda al Sahel y perderte en la infinidad de las dunas para siempre.
Pero lo cierto es que el personal de por aquí hervía en indignación. Dos no cesaba de exigir la instauración urgente de un sistema internacional de chekas; S'peare -como sabéis, de ideario conservador pero sexualmente activo-, todo y estar de acuerdo en el fondo de la cuestión con el ruso, argumentaba que el gasto derivado de tamaña medida haría aún más imposible el pago de la deuda contraída; mientras, El Manco tiraba de sus últimas existencias de Estoicismol, que intentaba alargar con una pizquita de ironía erasmista; en cuanto a Rambó, en estado entre catatónico y tántrico, no dejaba de samplear su conocido mantra "Au gibet noire, manchot aimable, dansent, dansent les paladins, les maigres paladins du diable, les squelettes du FMI", mientras juraba y perjuraba que no descansaría hasta meterle una pata de croissant por el recto a... (a gusto del lector).
Total, que viendo el percal, los he convocado a un συμπόσιο modalidad express, en el que ha corrido el νηπενθές como nunca, en el que las conversaciones han tenido un grado de delirio difícilmente superable en ocasiones venideras, y del que finalmente, una vez la modorra se iba apoderando de la candorosa bisoñez de los muchachos, yo hacía mutis por el foro para retirarme a la sobria soledad de mis aposentos en busca de universos mucho más relajados.
Una vez allí, y tras servirme un largo trago del vino de mis propios viñedos, me entregaba a la lectura de Variaciones sobre un mismo paisaje, excelente poemario de Joaquín Marco, publicado este mismo año en Visor, que he devorado casi sin darme cuenta. Tiempo habrá de hablar del mismo, de su sereno pero vehemente latir, con más detenimiento, aunque mientras no llegue tan feliz circunstancia, me gustaría haceros partícipes del siguiente poema, el cual, por razones más que obvias, ha sido uno de los que más me ha percutido. Se titula "Hablar con nadie":
Nadie me habló ayer.
Nadie te escribió.
Él no es nadie.
Yo, como tú,
el espejo de nadie.
Pasan blancas nubes sobre el azul,
vapor de agua.
Las rosas del jardín, el camino de álamos,
la luz solar,
el verano
se funde en un todo revuelto
con la angustia de nadie,
la mía, y la que podría ser tuya, de él,
mi sombra, nadie.
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