...camino de su último día de trabajo, oyendo en su reproductor uno de tantos de esos impecables desarrollos musicales de los Doors, cuando de repente, dejándose llevar por la cadencia de la música, entornó los ojos e inició con su cabeza un rítmico balanceo en espiral hacia izquierda y derecha, y así repetidas veces, sin tener conciencia alguna de adormecimiento, solo sintiéndose parte de la música, de sus huesos, de su sangre, de su infierno, entrando en esa dimensión otra, de la que salió sino cuando sintió la detención del convoy -justo era su parada-, que aun así fue leve, como un consejo cómplice, en absoluto airado con su propio cuerpo. Volvían las luces, al tiempo que se desvanecía la iluminación interior. Y aunque toda la jornada, hasta ese momento, había sido extrañamente ajena, en ese instante le sobrevino una insaciable paz íntima. Había vuelto a experimentar uno de esos momentos que irónicamente denomina de "incitación mística", en los que uno siente cómo actúa sobre él la más radical suspensión de la ecuación espacio-tiempo, al tiempo que se abre y vacía el túnel de lo incognoscible, lo oculto e indivisible; segundos en los que tal vez alcanzar el brillo de las escondidas regiones que Don Quijote atisbara en su descenso a la cueva de Montesinos; o en los que sentirse tomados por la experiencia iluminativa zen del satori, descrita por José Ángel Valente alrededor del siguiente poema de Tchao-Pien:
Sin pensar en nada, sentado quietamente
en mi lugar de funcionario
mi espíritu fluía sin traba, como el agua
de una límpida fuente
un trueno repentino: de par en par
se abrieron las puertas del espíritu
y he ahí al viejo hombre sentado en su simplicidad.
Pero ayer fue un día triste para Dosto, en tanto que algunos de sus compañeros y compañeras se despedían, al menos, por un largo tiempo, de los que hasta ahora habían sido mucho más que colegas. Su desgracia: haber accedido a la profesión docente muy poco tiempo antes que estos otros "iluminados" de los diversos des(Gobiernos) conservadores de este país. Permitidnos que os dejemos este enlace a un artículo sobre lo que está pasando (y desgraciadamente, pasará) en nuestras escuelas, publicado el pasado lunes en El País: "Adiós al curso, adiós a la escuela"
Como también que os recordemos (ya que hablamos de funcionarios) la paradoja que supone que la última pepera que ha puesto su particular pica en el Flandes de los despidos en el sector público fuera la misma luminaria a la que, en el congreso del partido de 2002, le sobreviniera la "iluminación aznarita" que derivó en la presentación de una ponencia con el deslumbrante título de "Hacia la sociedad del pleno empleo y de las oportunidades". ¿En qué quedamos, Elvirita?
La pepera, por cierto, volvía a justificar sus opiniones (es decir, las de Mariano), en la consabida "forzosa necesidad" de actuar de tal modo. Algo que a Dosto, ya en pleno viaje de vuelta, le dio munición suficiente para teorizar sobre el aparato argumentativo empleado por los gaviotos en su constante salpicar de guano a los cada vez más sufridos ciudadanos de este país. Según Dosto, el patrón pepero se reduce a tres ítems:
- argumento autoexculpatorio: el consabido TINA.
- argumento culpabilizador: "Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades y vuestros hijos se van a tener que habituar a vivir peor que vosotros". En un segundo grado, el argumento culpabilizador puede ser muchísimo más perverso aun si cabe. Es cuando, a la manera en que aquellos "felices" años de la bonanza se nos impelía a hipotecarnos, ahora se nos invita a ser emprendedores (no es engañéis, lo único que quieren de vosotros es quedarse con las cada vez más parcas liquidaciones de vuestro despidos).
- argumento utilitario: con estas medidas, en breve vamos a conseguir crear empleo (aporía o paradoja que no ya los más eximios matemáticos de la historia sino ni tan siquiera Juan de Yepes o José Ángel Valente o incluso la pitia de Delfos o la sibila de Cumas, hubieran sido capaces de descifrar.
Ideas que, según ese viejo ácrata sentimental de Dosto, deberemos aprender bien, para a modo de bumerán, lanzárselas a la cara en el momento de su definitiva caída. Amén.
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