No sólo de rescates (mal)vive angustiada esta redacción. El pasado fin de semana La Vanguardia publicaba un nuevo sondeo sobre intención de voto en Cataluña. Más allá de refrendar los datos que ya había adelantado una encuesta anterior de El Periódico (y de la que dimos sarcástica cuenta en esta bitácora), un apunte nos volvía a hundir en la desazón del "no somos nada" y del "no tenemos remedio": "casi el 70% de los catalanes aprueba la gestión del Govern, frente a un tercio que la suspenden". Si a ello se unía la impagable fotografía (Mas, Trias y Puig en casco de obra) que ofrecía horas antes el diario El País, a modo de guarnición de la noticia acerca de la cada vez menos presunta financiación irregular de Convergència (¿un nuevo caso Banca Catalana con idéntico final?), y no digamos la gestión (por llamar de alguna manera a recortes, chanchulleos y abusos de poder varios) de sus más relevantes santones, comprenderán que los miembros de 20añosnoesnada hayamos acelerado los trámites para un cursillo acelerado de karma instantáneo en la pagoda más próxima.
Aun así, vaya nuestra admiración de tahúres fracasados para esta "última" hornada de CiU, que, desde la más completa incompetencia y falta de escrúpulos de sus miembros, no sólo ha sido capaz de echar de la arena al rival político incluso en la exigente plaza de Barcelona, sino que ha sabido administrar con creces la herencia que dejara ese inefable chamán patrio que fuera Jordi Pujol, forjada en lo espiritual por la apropiación farisea del sentimiento catalanista previamente desbravado y reescrito a la mayor gloria épica del juglar y su mesnada, y en lo material por una red de clientelismo paniaguado extendida a lo largo y ancho del tejido social y económico del país (y quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra).
Y así, que diría Mas, rumbo a Ítaca. Aunque a veces, como afirmaba con notable sarcasmo cierto político independentista nacido en Tremp, dicha navegación lleve hasta Madrid; o, incluso, tal como recordara Antoni Puigverd en artículo aparecido en La Vanguardia: "El viaje de Ulises es una buena metáfora para el individuo, héroe a su pesar del viaje de la vida. Pero no es metáfora para un pueblo que viaja, puesto que el héroe envía a la muerte a todos sus compañeros" (proféticas palabras en vistas del nuevo sablazo del euro por receta, de inminente estreno en todas las farmacias del territorio).
Pero perseveremos en Ítaca, ¡la por todos amada y añorada Ítaca! Era por aquellos dadaístas días de la visión itacense de Artur, que en una de las "sabatinas intempestivas" de Gregorio Morán se leía lo que sigue:
"Como el viaje a Itaca de Convergència es asunto que lleva tiempo, espero volver sobre ello cuando vaya por el siguiente capítulo de su Odisea. Recuerdo que, impresionado por la literatura, un día me decidí a ir a Itaca, de verdad. No era sólo una cuestión ligada a Homero sino sobre todo al poema de Kavafis que con el tiempo desató una fiebre de pretenciosa literatura cotidiana. Ir a Itaca se traducía como marchar hacia ninguna parte, pero con mucha ilusión. Llamé entonces a un ilustre catedrático de la universidad, expertísimo, dicen, en los griegos antiguos, al que pregunté cómo era Itaca, la isla, la de verdad. No sólo me sorprendió que me dijera que no había estado nunca, sino que no había tenido especial interés por llegar a ella. Me pareció un signo de estupidez intelectual. Porque Itaca existe y por más que no sea de fácil acceso desde el ahora desolado puerto de Patrás, es un lugar sencillo, tranquilo, con muy escasos turistas y pocos residentes. Es decir, todo lo contrario de una aventura para ambiciosos desalmados y sin imaginación. ¡Pobre Kavafis, si llega a saber para qué ha servido su sutil poema!"
Palabras que suscribimos desde este medio al completo. Y más después de conocer la curiosa anécdota que M., colega de la Vila de Gràcia, nos revelara al respecto de unas hermosísimas piedras veteadas en diversos tonos y colores (blancos, ocres, marrones, tejas, grises, azulados), que se trajera de Ítaca y que con los años, la distancia y seguramente la añoranza de la patria, habían perdido su peculiaridad natural para pasar a ser translúcidos fragmentos de la memoria.
Fue Nadie (que, como podéis comprender, escuchaba atentamente el relato de M.) quien, a la manera de una pitia barbada y socarrona, desveló el sentido de aquel misterio: "Amigo, es hora de que vuelvas a poner rumbo a Ítaca".
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