Ingredientes para un número de comensales indeterminado: Unos buenos puñados de lentejas, una hoja de laurel (imprescindible), chuño negro o blanco previamente puesto en remojo la noche anterior (caso de no tener a mano un supermercado latino, utilizar dos o tres patatas cortadas en dados grandes), zanahoria, cebolla, ajo y concentrado de tomate, más un cazo de caldo de verduras.
Preparación: Echamos tres o cuatro cucharadas de aceite en la olla, aunque acto seguido nos damos cuenta de que es la cacerola esa de hierro esmaltado en la que se engancha todo y que tanto cuesta de limpiar, pero es que además, no van a caber ni la mitad de los ingredientes, así que improvisamos una salida: llamar a un vecino. Entre los diversos especímenes, seleccionamos uno, a ser posible buena gente que no nos esté recordando el favor para el resto de nuestros días. Una vez elegido, llamar a su puerta y acertar, como es nuestro caso, ya que en lo más recóndito de la alacena del ya colega, figura una maravillosa olla de aluminio que reúne todos los requisitos. Damos las gracias a su dueño y nos la llevamos.
Volvemos a echar esta vez un buen chorro de aceite, así como los chuños o patatas, previamente pelados. Al mismo tiempo añadimos la cebolla, así como la zanahoria, peladas y cortadas en gajos y rodajas respectivamente. También un par de ajos, que no hace falta pelar, aunque sí es recomendable tajarlos por el centro. Es un buen momento para improvisar y vaciar la nevera de pasajeros demasiado habituales, como por ejemplo las espinacas que nunca nos apetece limpiar o aquella berenjena que está empezando a secarse, o ya más decididos, marcarse un toque místico, y echar mano de unos champiñones o de medio pimiento picante. Nos decidimos por los champis y la berenjena, así como por cuatro calamarcitos que nos miraban desde el fondo del congelador con cara de pena.
Los champiñones los ponemos aparte, a fuego rápido, para que suelten el agua, mientras la berenjena y los calamarcitos siguen el destino alumínico del resto de ingredientes. Una vez todo sigue alejado del dente, echamos el tomate (detalle cutre, no disponíamos de concentrado, así que hemos recurrido a uno frito de brik), y después de cinco minutos, los champis y las lentejas. Hoy hemos escogido unas pardinas, más sencillas de hacer cuando no se dispone de olla a presión. A pesar de que solemos dejarlas previamente tres o cuatro horas en remojo para ablandarlas, hoy no lo hemos hecho (por puro despiste). Tomamos la decisión de una vez preparado el plato, dejarlas reposar un buen rato, lo que nos hace replantearnos el dejar las lentejas para la noche o el día siguiente. Después de tres minutos, cubrimos los ingredientes con caldo de verduras y dejamos cocer. Vamos probando el sabor, rectificamos de sal y pimienta, si nos diera por ahí, y luego abrimos bien las ventanas para que los vecinos sientan sana envidia mientras nos servimos una copita de vino a modo de celebración.
Es entonces que nos damos cuenta de la contundencia del plato, al tiempo que recordamos que hoy es noche de partido y no tenemos televisor. Buen momento para volver a llamar al vecino, enseñarle el resultado de su generosidad, haciéndole ver que esta podría continuar horas más tarde en forma de colaboración. Pues nada, una ramita de perejil si sois seguidores de Karlos, y servir como plato único con un buen vino tinto y buen provecho y que le caigan muchos goles al rival.
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