Ahí los tenéis, a Boi Ruiz y Josep Prat, tomando posiciones ataviados de bandoleros frente a una farmacia del nostre petit país, prestos al asalto, al cobro de ese nuevo impuesto contrarrevolucionario para enfermos, que no otra cosa es la tasa del euro por receta, por ellos graciosamente denominada "tique moderador" (un eufemismo desvergonzado que, al parecer, ha acabado por arrastrar al término "copago" a la categoría de tabú más rápido de la historia-).
Un repago (término más adecuado a la realidad, en tanto los usuarios ya asumíamos buena parte del importe del medicamento) que ha sido una vez más justificado en nuestra presunta mala praxis de usuarios, emperrados como estamos, según nuestros gestores, en hundir el país yendo continuamente al médico a buscar recetas para finalmente tomarnos solo dos o tres pastillas y dejar que el resto duerman el sueño de los justos en los botiquines.
Por otra parte, el Govern ha asegurado que los 100 millones de euros que piensa recaudar al año con la medida, serán invertidos en la mejora del sistema, noble intención que no sólo ponemos en duda por motivos evidentes (p. ej., los planes para trocear y, de hecho, privatizar el Institut Català de la Salut -véase artículo al respecto en El País-, que muestran a las claras el grado de interés de este Gobierno por la "cosa pública"), sino que además es fácil de comprobar que es falsa, en tanto que ya se ha manifestado la voluntad de dar prioridad a la cancelación de la deuda contraída con el sector farmacéutico. Además, son varios los especialistas que han alertado de que el repago pueda extender la costumbre entre la población de apechugar con los males y posponer la visita al médico, con el consiguiente agravamiento en la salud, lo que no solo resulta poco recomendable desde el punto de vista sanitario, sino de nula eficiencia económica (a mayor gravedad del paciente, mayor extensión en el tiempo y coste de su tratamiento). Y ello sin contar que con medidas como estas, se abre la caja de Pandora del cambio radical en la filosofía de un modelo, el español, que más allá de algunos problemas endémicos (las listas de espera) ha sido calificado desde muchos otros países como modélico (gracias a hitos como su universalización o las cifras de donación y trasplantes -las más altas del mundo-).
Aunque, volviendo a la imagen, el término "bandoleros" tampoco acaba de hacer justicia a lo que verdaderamente son esta ralea: una banda de cuatreros. De hecho, históricamente, en Cataluña, el bandolero ha sido visto por la cultura popular, como un símbolo de la generosidad social (alguien que robaba a los nobles para redistribuirlo entre los humildes), así como también de la lucha por las libertades nacionales. Una lectura, por supuesto, que muchas veces tiene más de leyenda que de historicidad, como sucede en el caso de los dos bandoleros más famosos, los nyerros Serrallonga y Rocaguinarda (el Roque Guinart del que Don Quijote afirmara que no había límites en la tierra que encerraran su fama). Gente compasiva y bienintencionada, que se echa al monte por un agravio realizado por los poderosos, y con cierta propensión a pensar en el momento en que finalmente pondrán fin al "laberinto de sus confusiones", de acuerdo al retrato que Cervantes hiciera de ellos, y que no dista mucho del que, en aquellos agitados años de la Transición, ofreciera la serie televisiva Curro Jiménez del bandolerismo andaluz del siglo XIX.
O lo que es lo mismo, que nada tienen que ver con esta canalla ufana y soberbia de los Ruiz y cia., más cercanos en lo ideológico, mucho nos tememos, al pistolerismo patronal o al somatén del siglo pasado. Aunque tampoco es que haya necesidad de buscar coartada histórica para justificar sus desmanes. En verdad, produce vergüenza ajena hacer una mínima consulta en cualquier navegador acerca de Ruiz o Prat, o de cierta empresa de nombre Innova, y, sin grandes esfuerzos, llegar a la larga retahíla de los Xavier Crespo, Jordi Varela, Carles Manté, entre otros "próceres" que han demostrado unas dotes excepcionales a la hora de gestionar lo que es de todos en beneficio particular.
Porque no nos engañemos. Ese y no otro es el telón de fondo. Cambiar las condiciones del contrato social sanitario de este país. Y todo ello a base de desprestigiar el sistema público de salud, de desasistirlo y de empeorarlo (incluyendo en este apartado, por supuesto, las condiciones de sus trabajadores), y de encarecerlo de tal manera que los usuarios se empiecen a plantear, como ya está pasando en Madrid, la opción de la sanidad privada, en donde radican los verdaderos intereses de privados de estos individuos. Y ello, para más inri, sin que en el fondo, suponga un verdadero ahorro para el erario público -en este tipo de propuestas, la sanidad privada acaba por convertirse en un parásito de la pública.
¿Economía política ficción? Eso, como tantas otras cosas, dependerá de nosotros y de nuestra respuesta al abuso.
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