Llegó al fin el día del inicio de lo que El Manco denominaría, sin dudar, "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros". ¿Una reedición de la batalla de Lepanto? ¿La tercera parte del Quijote? ¿El fin de la crisis? ¿La proscripción de la deuda soberana (sic)? ¿el derrumbe del capitalismo? ¿El día del juicio final? ¿Vivir soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos? ¡No, algo bastante mejor! ¡Mucho mejor! ¡Cien mil veces mejor!: el inicio de la decimocuarta edición de la Eurocopa de fútbol.
Ya va siendo hora de que os confiese que mi patriotismo, como el de tantos otros, es un sentimiento herido desde hace largo tiempo, tal vez incluso demasiado. No voy a entrar en detalles por todos conocidos, pero volver después de tantos años de una guerra que (a pesar del respeto al compromiso contraído con mis aliados) nunca me pareció oportuna, y encima comprobar que no sólo me había perdido la infancia y juventud de mi hijo, sino que llego a tardar algunos días más y mi amada Penélope, mi hacienda y mi reino acaban en manos de otro, hicieron que mi desapego por la casa común helena llegara a umbrales cercanos al nihilismo iconoclasta. Y aun así, como tantos seres dolidos con sus respectivas patrias, todo es volver el fútbol internacional y enviar las banderas a la lavandería para que vuelvan a lucir flamantes en los momentos estelares de los partidos.
Porque es en estas ocasiones en que mi sentir itacense y peregrino se diluye en orgullo de ser griego, y más en estos momentos en que la realidad se desmorona bajo nuestros pies. No voy a caer en la estupidez de pensar que la victoria de nuestra selección solucionaría los terribles problemas que acechan a nuestra sociedad. Pensamientos así sólo pueden surgir en países donde los políticos solo ansían la conquista del poder a toda costa, con modos de gobierno pendencieros, mentirosos y desvergonzados. Pero en lo más hondo de mi ser ansió volver a ver imágenes no muy alejadas de las que vienen a continuación, correspondientes a la conquista de nuestro primer (y hasta ahora único) título en la competición. Recordaréis que fue un encuentro cuyo juego, de tan táctico, bordeó lo filosófico, resuelto en los últimos instantes por una eléctrica y sorprendente jugada. Grecia triunfaba sobre Alemania, la gran favorita. ¿Os imagináis si este año se volviera a dar tan feliz circunstancia?
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