Mi patria en mis zapatos (El Último de la Fila)
Fue el prestigioso filósofo Martin Playmembert, el primero en emitir un juicio sobre una obra que hasta entonces había pasado poco menos que desapercibida para la gran crítica. Concretamente, en su celebrado estudio El origen de la obra de balde (traducido generalmente al castellano como El origen de las sobras del arte), Playmembert, en cierto modo heredero de las corrientes idealistas surgidas con el Romanticismo, afirma que el motivo representado, unos zapatos desgastados y polvorientos, reflejan metafóricamente los trabajos sin cuento de Nadie, el gran héroe clásico homérico. Son palabras de sobra conocidas: "En la oscura boca del gastado interior de los zapatos está grabada la fatiga de los trabajos del héroe. En su ruda y robusta pesadez ha quedado apresada la obstinación de su lento avanzar a través del Mediterráneo, humana víctima de la implacable cólera de los dioses. En el cuero está estampada la crueldad de los lestrigones, de Polífemo, de Escila y Caribdis. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del que se enfrenta sin desmayo con los placenteros peligros de lotófagos, ninfas y hechiceras, con la hipnótica llamada de las Sirenas. En los cordones tiembla el aliento de quien deberá descender al Hades para conocer la verdad. A través de este utensilio pasa todo el callado temor ante el expolio de los pretendientes, las dudas ante la fidelidad de la esposa, así como toda la muda alegría por haber vuelto a triunfar sobre la adversidad, y poder descansar con los suyos en un reino finalmente pacificado. Este utensilio pertenece a Ítaca y su refugio es el mundo de Nadie."
Este juicio de Playmembert, ampliamente divulgado desde los años treinta a través de diversos ciclos de conferencias, sería casi cuarenta años más tarde rebatido por Meyer Playmenthal. Este especialista, que supo conjugar como nadie el nuevo positivismo crítico con la ironía acidulenta, llega a la conclusión, tras el análisis de las diversas obras atribuidas al artista y la correspondencia epistolar con su único hermano, de la ausencia de fundamento alguno para afirmar la naturaleza mitológica del cuadro, al tiempo que recalca la extrema pobreza del genio, quien haciendo de la necesidad virtud (su situación le impedía contar con modelos), fue capaz de revolucionar el género de la naturaleza muerta simplemente reflejando sus propios objetos, útiles y enseres. Para Playmenthal, además, estamos ante una obra que muestra los primeros pasos de la ágil pincelada atiborrada de vehemencia tan cara al autor, si bien la escasez cromática de la paleta, en la que predominan los tonos marrones, ocres y negros, muestra -más allá de las dificultades domésticas- un fuerte impulso religioso-místico, así como las influencias de las grandes obras de Millet (por supuesto, El Ángelus), y (esta influencia, avant-la-lettre) de las pinturas matéricas de Antoni Tàpies. En posteriores escritos, Playmenthal situará en Los zapatos del autor (título que proponía para la obra) el antecedente de las figuras del flâneur y del judío errante dublinés.
Más radical todavía, Jacques Playquéfort, a principios de los noventa, partiendo de presupuestos filosóficos deconstructivistas, así como de rigurosos análisis de laboratorio, no sólo negará la miseria del artista sino que afirmará con rotundidad que tras las virutas, los huecos y los arañazos presentes en el suelo, se halla un ser racional que, en aquel instante de feliz inspiración, se hallaba en un receso en las reformas de su propio hogar. Por otra parte, las pequeñas líneas de lápiz de colores visibles en la parte anterior de la suela, así como ciertas contradicciones en la densidad suplementaria del trazo pictórico, reflejan la existencia de al menos una criatura (tal vez dos) en la casa, lo cual implícitamente supondría reconocer una nueva autoría, en tanto a nuestro misterioso brabanzón no se le conoce descendencia. Una teoría avalada con posterioridad por el descubrimiento de otra composición de similar cariz espiritual, en la que son visibles una serie de huellas sobre la arena de una playa correspondientes a dos tipos bien diferenciados: unas, las del famoso "zapato de nadie", y las otras, las de una niña. Todo ello abogaría por una diferanciación en la datación del cuadro, lo que nos remitiría no ya a un genio rompedor, sino a un vulgar epígono. Es harto conocida la anécdota según la cual, en medio de una noche de febril borrachera libresca, Playquéfort llegó a postular para el cuadro la autoría de cierto oscuro, fanático y bigotudo cabo austriaco del ejército del Káiser. Playquéfort ha negado en reiteradas ocasiones ambos puntos (la simpar melopea y la supuesta autoría).
En cuanto a nosotros (gentes de 20añosnoesnada con menos conocimiento artístico que un zapato, pero que sabemos qué es yelmo, y qué es morrión, y qué celada de encaje, y, por supuesto, bacía), solo podemos afirmar que el cuadro muestra unos zapatos sólidamente contemporáneos, bastante cómodos y de factura seguramente española (El Manco apunta que toledana), y que en la obra se revelan claramente tanto la aprensión de su dueño al respecto del uso del vehículo particular, como su falta de recursos (en esto coincidimos con Playmenthal), así como su conciencia de que la intrahistórica intimidad de paisaje y paisanaje sólo se puede auscultar desde el pateo en estado puro.
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