Cada una de las esculturas de Chillida es, como un pájaro, un signo del espacio; cada una dice una cosa distinta -el hierro dice viento, la madera dice canto, el alabastro luz-, pero todas dicen lo mismo: espacio. Rumor de límites, canto rudo: el viento -antiguo nombre del espíritu- sopla y gira incansablemente en la casa del espacio (Octavio Paz).
Nada más misterioso que el interés repentino que puedas sentir por un artista. Nada más caprichoso, en el más complaciente sentido de la palabra, que el inesperado hallazgo a través de su obra de la encrucijada en la que ingenuidad, intuición, visión, intelecto y enigma se revelan en todo su azar germinativo.
No menos inexplicable, al menos a priori, podría resultar haber vivido todo un año en Donostia y finalmente haber partido de allá sin haber contemplado El Peine del viento o, cuando menos, haberse dado de bruces con él en las infinitas correrías por la ciudad (lo justo sería decir, por los bares y garitos de lo Viejo, la playa de la Concha o los fondos del vetusto estadio de Atocha). No es de extrañar que, años más tarde, cuando uno se dejara impresionar por la obra de Chillida, dicha circunstancia acabará por hacer anidar en él una especie de molesto y vergonzoso molusco a modo de pecado original, que incluso le empujaría a -negando tercamente la realidad- creer que la instalación del célebre monumento había sido posterior a la temporada vivida en la capital donostiarra. En fin, nada que no pudiera solucionarse con la firme promesa de volver alguna vez allá para redimir la falta, un noble propósito que se vio acrecentado con la apertura en 2000 del hoy tristemente cerrado Chillida Leku. Pero pasó más de una década, tiempo suficiente, incluso, para que el artista nos dejara.
Aquel inicio de enero que marcó su breve vuelta a San Sebastián trajo consigo un clima irreverente, en el que uno podía pasear en mangas de camisa a las diez de la noche en plena playa. Una vez salió de la estación de ferrocarril, quiso contemplar el mar todavía en sombras, tocarlo, palparlo, rememorarlo con las plantas de los pies y las yemas de los dedos. Buscó una pensión, desayunó y se dirigió a Ondarreta, a los pies del Igueldo, a aquel rincón en el que, tal como refleja la fantástica imagen de Heinz Hebeisen, tantas veces el artista "desorientado" escudriñara en la luz negra, meditando, escuchando, inquiriendo a la naturaleza.
La tarde fue para lo Viejo, en una intensa travesía en la que presente, intimidad y evocación fueron dóciles caladeros de un tiempo irremisiblemente partido. Había dejado para el último día la visita a Zabalaga, en una mañana en la que en los aledaños del gris se dieron cita sucesivamente diversas especies de nubes, el sirimiri y, cerca ya del mediodía, un tímido rayo de sol, que ayudó a completar la imprimación ante lo percibido. El reconocimiento de aquel edén otro se había realizado con el fervor, la sonrisa y la mirada de un chiquillo, sorprendido de comprobar como toda aquella floración de volúmenes monumentales se revelaban, paradójicamente, tan próximos, que invitaban a habitar en ellos, a dejarse abrazar por la materia para escuchar su rumor secreto. Sensaciones que volvería a experimentar acrecentadas ya en el interior del caserío, en composiciones hasta entonces para él poco menos que desconocidas, como las gravitaciones o ese canto a la a la luz como elemento constitutivo de lo humano que son los alabastros.
Expresión de la intensa comunión entre lo sensorial, lo reflexivo y lo espiritual, entre el respeto a las raíces y lo contemporáneo. Metáfora de la inscripción del tiempo en el espacio. Interrogación a la naturaleza desde el ser y el estar del hombre a través de la obra. Fue más o menos un año más tarde, con la lectura de los Escritos de Chillida por parte de nuestro personaje, cuando estas y otras de sus intuiciones se vieron sacudidas, percutidas, impelidas a una inmersión en la obra del escultor donostiarra que sigue a día de hoy más afianzada que nunca en su bendita obstinación inacabable. Tal fue el inesperado efecto de aquellas notas, apuntes dispersos, retazos epigramáticos de extrema condensación expresiva y conceptual e indudable valor poético y filosófico per se, manuscritos por Chillida a lo largo de toda su vida, y entre cuyos surcos brota con inspirada clarividencia no tanto la reflexión sobre la propia obra como sobre el proceso que precede y lleva a la misma.
De ahí que en ellos se privilegien la percepción y el propio acto de conocer al objeto percibido o el conocimiento; la desorientación y la experimentación a la experiencia; las preguntas (“Todo mi trabajo es hijo de la pregunta”) a las respuestas, los límites (entendidos estos como fecundo diálogo entre categorías fronterizas tales espacio-materia, materia-espíritu, peso-ingravidez, negro y blanco) a las formas, ejes de lo que se constituye como una invitación dirigida a toda la humanidad a profundizar en la realidad para transformarla, partiendo de una nueva mirada y comprensión de la misma.
Íbamos en la tarde, / bajo las nubes grises. / (Tú tocabas el límite.) // Íbamos en silencio / contemplando las piedras / alzadas de la tierra. (Andrés Sánchez Robayna, "Chillida Leku", 2002).
Con nobleza como la mar, no con malicia, esfuerzo constante sin aparente fin. ¿Para qué sus blancas y tremendas luchas? Así el arte, que no es refugio sino intemperie, no orienta. Quizás desorienta hacia adelante (Eduardo Chillida).
Con nobleza como la mar, no con malicia, esfuerzo constante sin aparente fin. ¿Para qué sus blancas y tremendas luchas? Así el arte, que no es refugio sino intemperie, no orienta. Quizás desorienta hacia adelante (Eduardo Chillida).
Nada más misterioso que el interés repentino que puedas sentir por un artista. Nada más caprichoso, en el más complaciente sentido de la palabra, que el inesperado hallazgo a través de su obra de la encrucijada en la que ingenuidad, intuición, visión, intelecto y enigma se revelan en todo su azar germinativo.
No menos inexplicable, al menos a priori, podría resultar haber vivido todo un año en Donostia y finalmente haber partido de allá sin haber contemplado El Peine del viento o, cuando menos, haberse dado de bruces con él en las infinitas correrías por la ciudad (lo justo sería decir, por los bares y garitos de lo Viejo, la playa de la Concha o los fondos del vetusto estadio de Atocha). No es de extrañar que, años más tarde, cuando uno se dejara impresionar por la obra de Chillida, dicha circunstancia acabará por hacer anidar en él una especie de molesto y vergonzoso molusco a modo de pecado original, que incluso le empujaría a -negando tercamente la realidad- creer que la instalación del célebre monumento había sido posterior a la temporada vivida en la capital donostiarra. En fin, nada que no pudiera solucionarse con la firme promesa de volver alguna vez allá para redimir la falta, un noble propósito que se vio acrecentado con la apertura en 2000 del hoy tristemente cerrado Chillida Leku. Pero pasó más de una década, tiempo suficiente, incluso, para que el artista nos dejara.
Aquel inicio de enero que marcó su breve vuelta a San Sebastián trajo consigo un clima irreverente, en el que uno podía pasear en mangas de camisa a las diez de la noche en plena playa. Una vez salió de la estación de ferrocarril, quiso contemplar el mar todavía en sombras, tocarlo, palparlo, rememorarlo con las plantas de los pies y las yemas de los dedos. Buscó una pensión, desayunó y se dirigió a Ondarreta, a los pies del Igueldo, a aquel rincón en el que, tal como refleja la fantástica imagen de Heinz Hebeisen, tantas veces el artista "desorientado" escudriñara en la luz negra, meditando, escuchando, inquiriendo a la naturaleza.
La tarde fue para lo Viejo, en una intensa travesía en la que presente, intimidad y evocación fueron dóciles caladeros de un tiempo irremisiblemente partido. Había dejado para el último día la visita a Zabalaga, en una mañana en la que en los aledaños del gris se dieron cita sucesivamente diversas especies de nubes, el sirimiri y, cerca ya del mediodía, un tímido rayo de sol, que ayudó a completar la imprimación ante lo percibido. El reconocimiento de aquel edén otro se había realizado con el fervor, la sonrisa y la mirada de un chiquillo, sorprendido de comprobar como toda aquella floración de volúmenes monumentales se revelaban, paradójicamente, tan próximos, que invitaban a habitar en ellos, a dejarse abrazar por la materia para escuchar su rumor secreto. Sensaciones que volvería a experimentar acrecentadas ya en el interior del caserío, en composiciones hasta entonces para él poco menos que desconocidas, como las gravitaciones o ese canto a la a la luz como elemento constitutivo de lo humano que son los alabastros.
Expresión de la intensa comunión entre lo sensorial, lo reflexivo y lo espiritual, entre el respeto a las raíces y lo contemporáneo. Metáfora de la inscripción del tiempo en el espacio. Interrogación a la naturaleza desde el ser y el estar del hombre a través de la obra. Fue más o menos un año más tarde, con la lectura de los Escritos de Chillida por parte de nuestro personaje, cuando estas y otras de sus intuiciones se vieron sacudidas, percutidas, impelidas a una inmersión en la obra del escultor donostiarra que sigue a día de hoy más afianzada que nunca en su bendita obstinación inacabable. Tal fue el inesperado efecto de aquellas notas, apuntes dispersos, retazos epigramáticos de extrema condensación expresiva y conceptual e indudable valor poético y filosófico per se, manuscritos por Chillida a lo largo de toda su vida, y entre cuyos surcos brota con inspirada clarividencia no tanto la reflexión sobre la propia obra como sobre el proceso que precede y lleva a la misma.
De ahí que en ellos se privilegien la percepción y el propio acto de conocer al objeto percibido o el conocimiento; la desorientación y la experimentación a la experiencia; las preguntas (“Todo mi trabajo es hijo de la pregunta”) a las respuestas, los límites (entendidos estos como fecundo diálogo entre categorías fronterizas tales espacio-materia, materia-espíritu, peso-ingravidez, negro y blanco) a las formas, ejes de lo que se constituye como una invitación dirigida a toda la humanidad a profundizar en la realidad para transformarla, partiendo de una nueva mirada y comprensión de la misma.
Estos que siguen son algunos de estos fragmentos, mínima muestra que os dejamos a modo de homenaje a un artista irrepetible:
"Sentía que no pertenecía a la luz blanca, sino que pertenecía a una luz oscura, que es la luz del Atlántico, la luz de toda la costa atlántica."
"Algo que yo no sé sabe la hoja que vibra en aquella rama."
"Los dientes y el oído saben ya, casi antes que la cabeza."
"Desorientación, inestabilidad, asombro (camino hacia el conocimiento). Más vale ciento volando que pájaro en mano."
"Desde el espacio, con su hermano el tiempo, bajo la gravedad insistente, con una luz para ver cómo no veo. Entre el ya no y el todavía no fui colocado. El asombro ante lo que desconozco fue mi maestro. Escuchando su inmensidad he tratado de mirar, no sé si he visto."
"¿No será la no dimensión del presente la que hace posible la vida, como la no dimensión del punto hace posible la geometría? No vi el viento vi moverse las nubes. No vi el tiempo vi caerse las hojas."
"El diálogo limpio y neto que se produce entre la materia y el espacio, creo que en una parte importante, se debe a que el espacio es una materia muy rápida o bien la materia es un espacio muy lento. ¿No será el límite una frontera no sólo entre densidades, sino también entre velocidades?"
"¿Existen límites para el espíritu? Gracias al espacio, existen en el universo físico y yo soy escultor. nada sería posible sin ese rumor de límites y el espacio que los permite. ¿Qué clase de espacio hace posibles los límites en el mundo espiritual? Hay un problema común a la mayor parte de mi obra: el espacio interior, consecuencia y origen al mismo tiempo de los volúmenes positivos exteriores. para definir estos espacios es necesario rodearlos, haciéndolos por tanto inaccesibles para el espectador situado en el exterior."
"El límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo".
"No será el horizonte la patria de todos los hombres? Yo en esto creo cada vez más."
Más sobre Chillida en: enlace.
"Sentía que no pertenecía a la luz blanca, sino que pertenecía a una luz oscura, que es la luz del Atlántico, la luz de toda la costa atlántica."
"Algo que yo no sé sabe la hoja que vibra en aquella rama."
"Los dientes y el oído saben ya, casi antes que la cabeza."
"Desorientación, inestabilidad, asombro (camino hacia el conocimiento). Más vale ciento volando que pájaro en mano."
"Desde el espacio, con su hermano el tiempo, bajo la gravedad insistente, con una luz para ver cómo no veo. Entre el ya no y el todavía no fui colocado. El asombro ante lo que desconozco fue mi maestro. Escuchando su inmensidad he tratado de mirar, no sé si he visto."
"¿No será la no dimensión del presente la que hace posible la vida, como la no dimensión del punto hace posible la geometría? No vi el viento vi moverse las nubes. No vi el tiempo vi caerse las hojas."
"El diálogo limpio y neto que se produce entre la materia y el espacio, creo que en una parte importante, se debe a que el espacio es una materia muy rápida o bien la materia es un espacio muy lento. ¿No será el límite una frontera no sólo entre densidades, sino también entre velocidades?"
"¿Existen límites para el espíritu? Gracias al espacio, existen en el universo físico y yo soy escultor. nada sería posible sin ese rumor de límites y el espacio que los permite. ¿Qué clase de espacio hace posibles los límites en el mundo espiritual? Hay un problema común a la mayor parte de mi obra: el espacio interior, consecuencia y origen al mismo tiempo de los volúmenes positivos exteriores. para definir estos espacios es necesario rodearlos, haciéndolos por tanto inaccesibles para el espectador situado en el exterior."
"El límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo".
"No será el horizonte la patria de todos los hombres? Yo en esto creo cada vez más."
Más sobre Chillida en: enlace.
No hay comentarios:
Publicar un comentario