...y podrías enloquecer, o burdamente sentirte otro, en un sudario de hierros acolchados, protegido de sonrisas solares y campanadas a destiempo. Como también podrías maniatar tu cordura, arriesgarla en el abismo de tus labios, rouse ou noir, manque ou passe, un golpe de azar jamás abolirá... un día bastardo. Y entreabres la cortinilla con el pie derecho, calcinando la memoria en la escucha del fin de las puertas y un molesto ventilador a modo de marcapasos. Es entonces cuando caes en la cuenta de que por muchas travesías que te otorgaran los dioses, siempre acabarías aquí, es esta estéril fotografía, preso de las sombras azules, a ella te podrían haber devuelto tanto la tibia noche de una pensión romana, antiguo lupanar, según la patrona, de Calígula; como un branquial atardecer en la que una hermosa ola marina se entretenía deshojando tu miembro fláccido y despellejado de tanto joder; o una sobremesa eternizada en instante, en la que dos pequeñas jugando bajo las patas de una mesa vacían la clepsidra de tu sueño de patio con ciprés, palmera y naranjo bastardo.
Y volteas tu cuerpo con la pesadez de quien se sintiera eje equinoccial del dolor. El alma contraída en una mañana maldita como un nervio eléctrico. Nada pudiera parecer que lograra calmar tu terror a la soledad de la vejez que deviene infancia sin padres. Y el mudo temblor de una hoja te devuelve a la lectura. "Je m'accoude à la table, la lampe éclaire très vivement ces journaux que je suis idiot de relire", así que el laberinto te arrumba a la sombría luz de Pier Paolo Pasolini, a su combate cuerpo a cuerpo con la poesía.
Poeta delle ceneri ...y te dices que Pier Paolo nunca acabará de encontrar una verdadera razón para abandonar la poesía. Puede que cambien los lenguajes, las técnicas e incluso los materiales, pero como escribiera Valente: "la materia de todas las artes en el fondo es una sola”. También para Heidegger, todo arte era, en esencia, Poesía, pero poiesis, no poesie. Poco te dicen entonces las causas objetivas (el cansancio frente al lenguaje o las temáticas que este suscita), así como las existenciales (el poeta midiendo mal la distancia en el asalto a la cabellera de un ángel caído enardecido por el frágil coqueteo y las dudas sobre su hombría o su condición sexual; o el cineasta denunciado por su propio productor, incapaz de comprender la diferencia entre un director famoso y un humanista comprometido). Aunque comprendas la beligerancia con una lengua, la italiana, que el escritor considera históricamente al servicio de un estrecho patriotismo pequeñoburgués y católico (situación afín a la que diversos escritores en lengua castellana tuvieran que afrontar en el tránsito entre los sesenta y los setenta del siglo pasado, y que les llevaría a variados procesos de regeneración o depuración lingüística): "Así decayó la estima por la poesía, típica / de las infancias que creen en la eternidad; ilusión / que no borra los nacionalismos, inconscientemente, creyendo / (con pasión infantil) en lo absoluto / de la lengua de una nación; en su uso de canto o de música / (algo totalmente absurdo / una vez pasada la frontera)". Es entonces cuando restalla con toda su ironía el terrible latigazo: "Esto también te lo he contado / en un estilo no poético / para que no me leyeras como se lee e un poeta".
Pasolini y lo religioso. No es la lengua lo sagrado, sino la realidad. Allí radica el magma nutricio de la existencia, de la verdadera poesía: en el compromiso con la vida. Solo lo real merece la pena ser materia poética, quedando todo lo demás para periodistas y literatos, cuyos lenguajes, según el poeta y cineasta, adolecen de vínculos con la realidad. Un concepto de lo real que nunca se presenta separado de su experiencia directa con "la gente, la sociedad, el pueblo, la masa": "Es de esta experiencia existencial, directa, concreta, dramática, corpórea, de la que nacen en el fondo todos mis discursos ideológicos".
No es ella [la poesía] pues la que cuenta, nunca. / Al menos si es concebida como poesía. / La lengua de la acción, de la vida que se representa, / ¡es tan infinitamente mucho más fascinante! / Es ella la que se reconstituye –recién cerrado- / a partir de un libro de poesía: ella es antes y después: / en el medio hay un vehículo expresivo / que la evoca, eso es todo. Obra de hechiceros. / Sólo el amor por esta lengua del no-yo que se expresa / con el mismo derecho, con la misma fuerza que el yo, / le otorga al poeta / la habilidad.
¿Abandono, por tanto, tal como el mismo escritor afirma, de la poesía; o más bien, condiciones que exige a la poesía, empezando por la suya propia, para poder seguir creyéndola real? Y consideras la paulatina incomodidad que Pier Paolo fue sintiendo con respecto al grado de compromiso de otros escritores progresistas, pareja a la necesidad de mantener la creencia -en una época de tránsito a una sociedad basad en el consumo- en el mito del pueblo resistente, aquel que, como había hecho él mismo con su madre, huía en masa del campo para ser engullido por el gris anonimato del suburbio.
"La lengua de la acción", "la lengua de la acción", como un lejano tañido que paseara con reposado andar de flâneur de un umbral a otro de tu adormilada mente, trayendo ecos de Mayakovski, de los dadaístas. En todos ellos, te dices, alcanza todo su sentido la tríada poesía, vida y acción, la vuelta al espíritu original: "En Grèce vers et lyres rythment l'Action. Après, musique et rimes sont jeux, délassements", según escribió Rimbaud pocas líneas antes de afirmar que la poesía nacida del voyant "ne rythmera plus l'action; elle sera en avant", y también pocos años antes de intercambiar aventura y poesía por aventura y comercio: "Dans une magnifique demeure cernée par l'Orient entier j'ai accompli mon immense oeuvre et passé mon illustre retraite. J'ai brassé mon sang. Mon devoir m'est remis. Il ne faut même plus songer à cela. Je suis réllement d'outretombe, et pas de commissions" (o como diría uno de los poetas favoritos de Pier Paolo: "Y, al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito").
Los últimos versos de Poeta delle ceneri son algunos de los más sinceros y personales jamás surgidos de la pluma del escritor: Bien sabes [...] / que nada vale más que la vida. / Por eso yo sólo quisiera vivir, / aún siendo poeta, / porque la vida se expresa también por sí misma. / Quisiera expresarme con ejemplos. / Arrojar mi cuerpo a la lucha. / Pero si las acciones de la vida son expresivas, / también la expresión es acción. / No esta expresión mía, de poeta derrotista / que sólo dice cosas / y usa la lengua igual que tú, pobre, directo instrumento, / sino la expresión apartada de las cosas, / los signos trocados en música, / la poesía cantada y oscura, / que no expresa nada más que a sí misma, / por una bárbara y exquisita idea de que sea misterioso sonido / en los pobres signos orales de una lengua. / [...] -como poeta seré poeta de cosas. / Las acciones de la vida sólo serán comunicadas, / y serán ellas la poesía, / pues, te repito, no hay más poesía que la acción real / [...] No haré esto con alegría. / Siempre anhelaré aquella poesía / que es acción en sí misma, en su desapego de las cosas, / en su música que no expresa nada / más que su propia árida y sublime pasión por sí misma. / Pues bien, antes de dejarte te confesaré / que me gustaría ser escritor de música, / vivir rodeado de instrumentos / en la torre de Viterbo que no consigo comprar, / en el paisaje más hermoso del mundo, donde Ariosto / habría enloquecido de dicha al verse recreado con tanta / inocencia por robles, colinas, aguas y barrancos; / y allí componer música, / la única acción expresiva / quizá, alta e indefinible como las acciones de la realidad.
¿Por qué entonces asoma en tu rostro esa muesca de quien derrota planta cara al tedio con su propio tedio? Resultan extraños, en ocasiones, los apoyos a los que puede recurrir el cínico que esconde uno en su irredenta apuesta por el escepticismo:
Salir, hacer, poner al día, no eran cosas que ayudaran a dormirse. Poner al día, vaya expresión. Hacer. Hacer algo, hacer el bien, hacer pis, hacer tiempo, la acción en todas sus barajas. Pero detrás de toda acción había una protesta, porque todo hacer significaba salir de para llegar a, o mover algo para que estuviera aquí y no allí, o entrar en esa casa en vez de no entrar o entrar en la de al lado, es decir que en todo acto había la admisión de una carencia, de algo no hecho todavía y que era posible hacer, la protesta tácita frente a la continua evidencia de la falta, de la merma, de la parvedad del presente. Creer que la acción podía colmar, o que la suma de las acciones podía realmente equivaler a una vida digna de este nombre, era una ilusión de moralista. Valía más renunciar, porque la renuncia a la acción era la protesta misma y no su máscara.
Solo entonces, desde la hipócrita rendición que es victoria, recuperas con orgullo tu pereza y absorbes con estúpida benevolencia los cuarenta grados de temperatura que han acabado por rendir a música, ventilador y poesía. El secreto estará a partir de ahora en no volver a pensar en la Maga, en su renuncia desde el sólo caminar a convertir su vida en hipócrita representación. Algo que alcanzaba su cénit (y al mismo tiempo su nadir) en el acto sexual y los instantes de agudo dolor. Todo aquello en lo que quisieras dejar de pensar en este instante de inacción eterna...
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