domingo, 8 de julio de 2012

La cortesana

Suena la una de la madrugada en el reloj del campanario del barrio. Noche ardiente, un tanto melalcohólica, de esas en las que la soledad se muestra huraña e indeseada, en las que la indolencia se despoja del disfraz del anhelo para entregarse a la hipocresía de la mortificación gratuita. Y mana el vino, del pigmento y el olor de la sangre, pero el συμπόσιο está en tu cabeza, los compañeros se disgregan entre el marasmo psicotrópico de los titulares de la prensa de hoy, ayer y mañana: "Rajoy reclama a sus socios que cumplan lo acordado para ayudar a España", "El presidente confirma los ajustes inminentes", "La tensión se extiende de la deuda a la bolsa", "Los bancos frenan el crédito a las comunidades autónomas", y al fin un detalle poético, o cuando menos épico, entre la hecatombe: "Alonso logra su primera 'pole' del año". Y te prometes que jamás caerás en su trampa, que tanta inmundicia abyecta no tiene por qué corromper tu vida ni la de tu gente, y te vienen a las mientes los falsos bigotes y barbas -tan falsos como ellos- que lucían hoy Aznar y Rajoy en su antihappening de la FAES, y acaece la imagen de una arcada incontenible, voluptuosa como la anarquía, y algunas frases sueltas, prestadas al subconsciente por el corpus de Morrissey: "Margaret on the guillotine", "hang the blessed DJ" o "shoplifters of the world, unite".

Cortesanas. No paro de dar vueltas en mi cabeza a este término, desde mi lectura de la elegía "The courtesan is dead, for all her subtle ways", uno de los poemas de Faulkner recogidos y traducidos por Javier Marías en una bella y cuidada edición de irresistible título: Si yo amaneciera otra vez.

Cortesanas, hetairas, geishas, damas de compañía, "rameras de calidad" según la RAE, "prostitutas refinadas" para la Wikipedia. Y releo algo que una vehemente y apasionada mujer morena me explicara, que en la Grecia antigua, las hetairas (en las que se conjugaban belleza e inteligencia) eran las únicas mujeres que recibían educación y podían participar en los simposios. Y sigo la pista (qué viciosa maravilla esto del hipervínculo) y me encuentro (¡tres hurras por la etimología!) con las pornai y los pornoboskós, las "vendidas" y sus "pastores", o lo que es lo mismo, prostitutas y proxenetas. Como también con los primeros prostíbulos, instituidos por Solón para calmar las ansias "de pobres chicos a los que la naturaleza obliga duramente, que se perderían por caminos nefastos". Y así hasta esas prostitutas cuya suela dejaba como huella el mensaje "sígueme"; los músicos y bailarinas, cuyo servicio en los simposios incluía el goce de sus "instrumentos"; o esa, a nuestros mojigatos ojos, curiosa forma de puterío, la prostitución sagrada, la practicada como ofrenda o parte de un rito religioso, especialmente extendida en culturas como la babilónica, donde los jóvenes ofrendaban su primer acto sexual a la diosa Ishtar, perdiendo la virginidad con una de sus sacerdotisas. Cosas veredes que farán fablar a Rajoy, como jamás dijera Cervantes. Aunque tampoco me hagáis demasiado caso, que es tarde y quiere llover.


LA CORTESANA HA MUERTO PESE A SU JUEGO SUTIL,
sus cadenas se han soltado en frágiles y amargas hojas;
su última y larga mirada atrás es para ver quién lamenta
la inminente noche de sus ojos vueltos.
Otra reinará suprema, ahora que ha muerto
y la fina y limpia lluvia del invierno barre su habitación,
para deleite y dolor del hombre: con viejo y nuevo resplandor
coronado su deseo, adornando su cabeza con guirnaldas.

Así el mundo, vuelto al frío y a la muerte
cuando las golondrinas vacían los dientes azules y soñolientos
y la fina lluvia ahuyenta el fantasma del soplo estival...
La cortesana que ha muerto, pese a su juego sutil...
¡La primavera vendrá¡ ¡alégrate! Pero todavía queda
una vieja aflicción, acre como el humo de madera en el aire.


(The courtesan is dead, for all her subtle ways, / Her bonds are loosed in brittle and bitter leaves; / Her last long backward look’s to see who grieves / The imminent night toward her reverted gaze. / Another will reign supreme, now she is dead / And winter’s lean clean rain sweeps out her room, / For man’s delight and anguish: with old new bloom / Crowning his desire, garlanding his head.
Thus the world, turning to cold and death / When swallows empty the blue and drowsy days / And clean rain scatters the ghost of Summer’s breath – / The courtesan that’s dead, for all her subtle ways – / Spring will come! rejoice! But still is there / An old sorrow sharp as woodsmoke on the air.)

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