una oración por caricia, una plegaria fugaz entre sus dedos de sibila dueña de la bruma, y ese restallido seco y ardiente, caracoleando entre sus muslos amables de sémola levemente especiada. dóciles convulsiones de jengibre revelan un gemido admirablemente endeble, y la convulsión, dorada, ingrávida, intacta.
limpia su alegría en un parpadeo y dobla el gesto. se extiende sobre las sábanas, procurando no alterar una partícula de imprevisto a su alrededor. y se complace en presentir que son dos las maneras en que intentan apresar la pasión. una, ocultándola entre fotografías, inercia y lamentos; la otra, llevándola a lo más alto del infierno sin dejarla caer.
y mientras desnuda con las manos la mañana, mordida en su propia curiosidad de cuchara, perfila sus caderas frente al espejo que atraviesa su vida, imaginándolas velas al viento...
...que pronto recoge, junto a su tristeza y su ropa interior,
del suelo. solo entonces,
sopor vértigo dualidad calcinación
se vuelve y se ofrenda...
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