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Imagen cortesía de Noemí Montetes-Mairal |
en el corazón del goulash onírico, tu conciencia sintoniza un dial al azar desde el que se divisa tu propio salón. tumbado en el sofá como cada noche, con tu mujer trajinando en el desván, se descuelga del televisor un pibón en toples y tanga, hey, chica, apártate de ahí y tápate un poco, no vayas a resfriarte, y sin embargo -¿a quién le amarga un dulce?-, su bailoteo insolente y sensual acaba por distraerte del partido, qué sacarías de hacerte el estrecho cuando te toma del cabello y la misma norma no escrita del sueño te confirma que aunque tu señora (¿qué estará haciendo tanto rato allá arriba?) presenciara la escena, jamás daría crédito a sus ojos, en tu última oportunidad para reverdecer laureles, para volver a sentirte Casanova, mientras franqueas con la lengua la erizada vaguada del fresco espinazo que se abre a tu mirada...
cuando el sueño echa a rodar de nuevo, sientes en las sienes la presión de sus paredes, cada vez más angostas. agarrado al pasamanos, temeroso de que algún peldaño ceda bajo tus pies, tropiezas con un cuerpo recostado en el rellano, un pobre émulo de Travis Bickle volándose los sesos con su índice sin balas, en su regazo, un despertador con las manecillas corriendo hacia atrás y un tic-tac excesivo, estridente, ensordecedor, debes alejarlo antes de que despierte a los vecinos y los devuelva a la infancia, cruzar la ciudad de cabo a rabo, olvidarlo entre los sacos de escombros del primer solar en obras de la periferia, soplones de viento fácil y traficantes de adjetivos surgidos de la negrura innúmera se arremolinan a tu alrededor, tranquilos, tíos, no hace falta enervarse, calla, pasmao, y dinos qué escondes bajo el tabardo si no quieres que se lo chivemos todo a la parienta, tan solo polvo de estrellas, una limosna de tiempo, espesa y frágil como ensueño, en medio de un mundo inmoral y mezquino regido por hormigas.
desvelado sin remedio, renuncias a la almohada consciente de estar ante otro día para el olvido. subes al desván y reparas en el poemario abandonado sobre la mecedora. intrigado, paseas por sus hojas empapadas de otoño, a través de unos versos ("Ahora / vivir ya es aprender / a despedirse") cuya lucidez interior alumbra la noche hirsuta. cuando cierras el libro, te desperezas hasta alcanzar la luna, que recoges con mimo y mordisqueas con fruición después de remojar en el café con leche. reconfortado, paladeas la quietud titilante del ensueño callejero, el arrullo del solitario almez de la plazoleta, el carraspeo de un motor que se aleja, la vigía intimidad de las primeras bombillas, el tañido de una nueva derrota que resuena a victoria...
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