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Imagen cortesía de Alma Estela e Iseo M.-M. |
el plan era perfecto, solo siendo otro conseguirías ser tú, lástima que ignoraras que las leyendas no solo se alimentan de sueños despiertos y echaras más horas alardeando en los garitos que cultivando tu talento en el taller o el local de ensayo, o que nunca prestaras atención a la frecuencia con que la rueda de la fortuna salía invertida cuando la dulce Hécate te echaba el Tarot en su altillo. más diestra como amante que como vidente, tampoco ella supo predecir que, en vuestros escarceos de colgado y emperatriz, había de ser la carta del embarazo la que acabara por romper la baraja.
sin que nadie te presionara, te alejaste de escenarios, lecturas y exposiciones, malvendiste caballete y guitarras, cerraste las escotillas a tus fantasías y te sumergiste en la cruda realidad del común de los mortales: servir copas, vender a domicilio, asistir a cursos, cuadrar balances, pasar una oposición. converso recalcitrante, afrontaste cuantos círculos del infierno se abrían a tu paso (particularmente cenagoso resultó el integrado por recibos, facturas y tributos varios). atónita ante tu radical ecdisis, entre toma y toma de pecho, Cate se las veía y se las deseaba para conciliar tu nueva jerga (responsabilidad, mérito, tocar de pies en el suelo, encajar) con el recuerdo de una existencia más improvisada y un erotismo menos convencional.
pero la estabilidad no se tradujo en equilibrio, los planes se volvieron planos y las horas, rígidos horarios en los que nada te llenaba por más que te ocupara el día entero. a falta de ambiciones, te enredaste en las de otros por no dejar de ser tú. a veces te llegaba algún eco del pasado: uno al que le había sonreído la vida, otro que había dejado un bonito cadáver. al menos Cate y tú fuisteis lo bastante honestos como para, una vez ahogado el cariño por intoxicación de tedio, soltar lastre sin necesidad de abocaros al engaño, la bronca o los celos. a partir de ahí, las imágenes se agolpan confusas: agendas de las que se borran contactos, polifonías de silencios culpables, una segunda juventud igual de errática que la primera, se filtra poniente por las grietas de tu alma herida, el piso se hace tabuco, ropero donde alienta el deseo de no volver a pisar la calle, es comprensiva la mirada de la doctora mientras rellena el parte de baja y te aconseja que anotes en una libreta las cosas que te estimulan...
llegados a este punto, exiges que me ciña a los hechos sin que me deje llevar por el oficio ni la moralina a la hora de diseccionar tu sentir, y sobre todo sin prestar oídos a ese supuesto desprecio tuyo por las veleidades artísticas de tu hija (por más que te escame la gente con la que se mueve y no acabes de entender qué saca desperdiciando su talento en performances tan perturbadoras). meras maniobras de distracción para no reconocer que, viéndola en acción junto a su madre, no solo te emocionaste con los aplausos, sino que en medio del torbellino de versos, acciones, sonidos e imágenes, estuviste muy cerca de reconciliarte con aquel que jamás fuiste.
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