diciembre. la puerta emergiendo del mar, sin más eje que el oleaje, con su umbral impreciso, en el que antagonías como dentro o fuera, borroso o nítido, siempre o ayer, no son sino vías de agua abiertas en la clepsidra.
amanece diciembre y Ω cierra el libro en la misma página en que lo abrió. sube la persiana y, con el silbido de la cafetera, aparta los platos sucios para dejar espacio a las tostadas, la mermelada y el queso fresco. no le apetece ir al trabajo, tampoco encender la televisión o revisar el correo electrónico. fija su mirada extraviada en la puerta debatiéndose en el mar, mientras presiente la clepsidra trazando círculos cada vez más estrechos sobre su cabeza.
polvo de diciembre se sumerge lentamente en la taza y Ω tantea con la cucharilla la aceleración exacta en la que café y pleamar ensanchen el horizonte sin desbordar la mañana. luego entorna los párpados y diciembre desliza una mano sobre su hombro. a pesar del escalofrío, le reconforta sentir el abrigo de este pequeño universo gris sin cerraduras ni llaves, donde movimiento y reposo son solo piezas del ajedrez silencioso que luz y sombra dirimen sobre las baldosas.
hacia la tarde, vacía la clepsidra, sus olas arrastran memorias veladas dejando una estela de marcos vacíos. Ω contempla la puerta entreabierta con la avidez del presentimiento.
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