bat, bi, hiru, lau, ni la mirada atrás ni el pejiguero forever young: aurrera, beti aurrera! hacia el vacío, que no es nada, aunque se antoje todo.
bajar del tren y darse de bruces con el desarbolado casco nocturno de la que fuera estación del Norte y la puerta de Brandemburgo a la deriva, desangelada superviviente del naufragio de encuentros y adioses. ¿aflorará de nuevo el pasado, traicionero o alentador, al cruzar el puente de María Cristina? una para el camino, otra por los viejos tiempos: de zurito en zurito por Fermín, Puerto y la Consti hasta recalar en el Txiki, banderas y bufandas blanquiazules, la Real quemando sus últimos cartuchos, chuta Górriz en semifallo, le llega a Zamora, ¡gol! ¡gooool! Reala txapeldun!, buses cruzados ardiendo en el Boulevard, cargas y pelotas de goma, hilda dago poesia?, fondear en la Jarana para contagiarse de la bonhomía de Txuntxun y Miren o perderse como minotauro en los laberintos de Koro.
si fuera posible revivirlo todo con la avidez de la primera vez; no los hechos, las sensaciones; sin brújula ni mapas, con el timón doblado, a merced de los elementos, como el Peine de Chillida o la Construcción de Oteiza... se apaga el Kursaal y el día se levanta clamando a los sentidos. ¿adónde fueron hoy la luz negra y el viento húmedo y racheado? ¿no será acaso este firmamento añil con rescoldos de coral veteado de lavanda, esta inusual celebración invernal de claridad atónita y vibrátil, una fotografía del alma, al fin despojada de su perpetua inquietud? (fortuitos figurantes de la escena, el hombre sin cabeza juega al gato y al ratón con la marea, la artista callejera dibuja su mandala en la arena, una bandada de gaviotas reta al oleaje sobre imaginarias tablas de surf). ¿dónde está la raíz del hechizo? ¿tal vez en la propia ciudad y su elegante retícula callejera? ¿en el armónico contrapunto de mar y montaña? ¿en la discreción de su río, cediendo el protagonismo a sus puentes? ¿o quizá en la cabalística sucesión de tríadas: la montuosa de Igeldo, Urgull y Ulia; la argentada de Ondarreta, la Concha y Zurriola; la evasiva de parques y jardines, en los que -sea en la búsqueda del cedro o el ginkgo de Cristina Enea; de la imagen ideal junto a la cascada o el templete meteorológico de la plaza Gipuzkoa; de la infancia que no fue entre los tamarices, las esculturas y el carrusel de Alderdi Eder- el tiempo y el griterío se rinden sin condiciones?
pero hay que subir a lo más alto, hasta las almenas del Torreón, resistir el arreón de la ventolera, y después de embriagarse de horizonte y rozar con los dedos el cabo del cielo, dejarse atrapar por una de las panorámicas más bellas del mundo, para convencerse de una vez de que en esta ciudad que siempre resurgió de sus cenizas, acontecerá el propio renacer, acaso en la forma de quien no renuncia a caminar sobre las nubes, se crece en el vértigo de la caída o busca la libertad en el trascielo de las palabras.
(tocan alegres las campanas en Santa María cuando el sonido de la sirena le arranca de su ensimismamiento iluso para devolverle a la donostiarra realidad de un mediodía encapotado y plomizo, en el que la lluvia y el frío no dan tregua. y sin embargo, bajo paraguas y chubasqueros, no se entrevé en los viandantes premura alguna, porque a pesar de la fiereza del temporal, ninguno de ellos va a posponer la cita con la cuadrilla y los demás parroquianos. tan solo aquel que, aterido y calado hasta los huesos, dirige rápidamente al hostal su eterna deriva itacense, haciendo caso omiso del epicureísmo sobrio, socarrón e inconformista que emana de las tabernas, y del que, con ojos y oídos más atentos, quizá podría extraer -o recuperar- alguna lección).
Buenooo, vaya homenaje a Donosti que se ha marcado, ¿eh? A poco que se pase la voz, le veo ocupando un sitio privilegiado en la próxima Tamborrada. Un saludo cordial.
ResponderEliminarY los que hagan falta. Siempre es un placer volver por allá, y más, si como fue el caso en esta ocasión, uno puede transmitir esa pasión a la propia prole. Agur bero bat, Gatopando!
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