martes, 17 de julio de 2018

defensa del nunca acabar

Pasmo sempre quando acabo
qualquer coisa. Pasmo e desolo-me.
(F. Pessoa)

leía mucho, sin cesar, pero nunca llegaba al final de relato alguno. a lo sumo, de tarde en tarde remataba algún microcuento, aforismo o poema visual. pero, en general, se mostraba incapaz de cruzar el ecuador de novelas, ensayos o piezas teatrales. su ideal literario era el de un texto infiel a sí mismo, de rumbo azaroso y encarrujado, travieso como la sombra de un vencejo: una instantánea en movimiento.

quizá abominara de los finales, fueran felices o trágicos. tenía presente la congoja en el aula, conforme la lectura recogía velas para afrontar al desenlace. también la insensibilidad de unos profesores obsesionados con nociones tan arteras como trama, intriga o golpe de efecto, pero negados para percibir el aleteo de las palabras, la incitante invitación a su expansión o contracción en la deriva de los meandros de la mente. los finales, la obsesión por el sentido, minaban los procesos. ¿por qué no mantener todas las posibilidades en alto, dejándose arrastrar por la sugestión de las profundidades?

si bien tal proceder acaso fuera muestra o síntoma de algo de mayor calado. porque más allá de los constantes cambios de trabajo o de su declarada ineptitud para completar la formación más simple, era notorio que ciertos hábitos extravagantes regían su día a día: así, los guisos servidos a media cocción, las duchas sin aclarado, la propensión a la duermevela o los continuos trayectos a ninguna parte; sin merma de otros más intolerables, v. gr., escabullirse de los contertulios dejándolos con la palabra en la boca o regatear el orgasmo a su partenaire justo en el momento del clímax. pero hablando en plata, ¿quién podía garantizarle que la consumación de tales acciones pudiera superar la rutilante excitación del inicio?

así, cristalizó en su interior la formulación de una auténtica filosofía de lo inconcluso, que, al amparo de la exaltación de lo eternamente en ciernes, le hacía contemplar los propios actos o sucesos de alrededor como segmentos desprovistos de toda posibilidad de ilación desde la que articular una comprensión unitaria de la realidad y, por ende, de la propia conciencia. ¿no merecía una existencia como esa una muerte igualmente incompleta, como en ámbar permanente? sonrió para sus adentros, abrió un nuevo libro y comenzó a leer...

4 comentarios:

  1. Un texto excelente, Nadie. Cada día escribimos mejor. Y vaya si se va notando, últimamente...

    Siga así. ¡¡Y gracias por todos sus textos!!

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    1. Gracias a usted por sus comentarios, ánimos e ideas. Sin duda sin sus aportaciones, este blog no hubiera sido lo mismo.

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  2. Creo que me sumo a su visión de la vida. Se nos tildará de inmaduros pero aún no he identificado esos supuestos alicientes que me inviten a superar el vivir en un estado de permanente indefinición, al menos mientras pueda. ¿Para qué molestarse, pudiendo delegar semejante encargo a la muerte sabiendo que lo ejecutará con todas las garantías?
    Saludo cordial

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    1. Totalmente de acuerdo con usted. Guardar la actitud de aquel personaje de "El perseguidor" de Cortázar, Johnny Carter, un texto que suelo leer cuando quiero olvidar mi acusada tendencia al Bruno de ese mismo relato. Nos vemos en su blog.

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