¿Pensando en ver Stroszek esta noche, Ian? |
y en lo más profundo de la resaca,
pienso en dos amigos
pienso en dos amigos
que me aconsejaron varios métodos de suicidio.
¿qué mejor prueba de amorosa camaradería?
(Chinaski, Notes of a dirty old man)
- Un momento. Ahora es mi turno... (Quien se maneja con tamaña vehemencia, apartando del camino escatológico-filosofal a Chinaski es un recuerdo adolescente jamás vivido por Dosto, pero de tan vívida imagen que pareciera una de tantas de las que pudiéramos rescatar entre los cascotes mentales del ya hace años desaparecido bar musical Marcapasos, del laberíntico local de ensayo de la calle Calders o del minúsculo habitáculo doméstico, lugares todos ellos en los que en aquel tiempo desquiciado se entregara febrilmente a su propia melopea educativa melómano-melalcohólico-sentimental.
Porque los flashes de la memoria de Dosto son así. Se presentan sin previo aviso e interfieren en la vida de los demás sin ni tan siquiera tomarse la molestia de llamar a la puerta. Es como aquella vecina del principal, la más antigua de la escalera, la que nos ha visto nacer, llegar, crecer, follar, reproducirnos y finalmente largarnos, la mujer más marimandona que jamás recuerde haber visto con permiso de mi propia madre, que con su variopinta delicadeza acabó por conseguir que todavía hoy la entrada a una charcutería suponga, para su tierno vástago, la metamorfosis del nutriente festival de aromas en pestilencia infame -o que nunca haya vuelto a dejar la tapa del retrete abierta sin considerar los peligros de la repentina aparición de una culebra posfreudiana-).
- ...Nochevieja, la hora de las confesiones más ciegas: siempre me previne de mezclar bebidas alcohólicas, drogas o mujeres en una misma noche. También de que me alcanzara el amanecer escuchando repetidas veces The idiot después de haber visionado Stroszek.
Y bastan las siguientes palabras de Chinaski: "vamos, vamos, muchacho, llevamos un par de horas del nuevo año y todavía no he echado un polvo", para que estalle la feroz y desigual batalla entre las inaplazables ardores del californiano y los azares memoriales de Dosto, entre la Iguana y Stroszek, las Hermanas Ray y Morphine pugnando desde lo más hondo de mi conciencia por agenciarse los hilos con los que la Madre Superiora ("jump the gun!") intenta controlar el aleve rumbo de la lotomaquia (Les reins portent deux mots gravés: CLARA VENUS / —Et tout ce corps remue et tend sa large croupe / Belle hideusement d’un ulcère à l’anus, recita en pleno delirio Rimbaud a una inapetente Marilyn Chambers).
Es en noches así que a uno le da por pensar qué hubiera pasado si Penélope hubiera cedido a los deseos de Antínoo, Telémaco se hubiera adormecido en los brazos de Eurímaco o uno mismo hubiera compartido cervezas, sofá y encuentros de fútbol con Polifemo. O si la Pantera Rosa hubiera aceptado la invitación psicotrópica en el abigarrado episodio "Psychedelic Pink". Pero también es bajo negruras así, de insondable supervivencia en el albañal, cuando uno acepta reconsiderar su postura de no otorgar rango de verdadera superación del neopetrarquismo beatlemaníaco a esa otra troika, esta vez a cargo de Derribos Arias: "Branquias bajo el agua" / "Íntima decoración" / "Comes tú solita", verdadera síntesis patafórica de la casuística amorosa al no uso.
"You damned fool …some hangover", brama Chinaski desde el fondo de la botella, y prosigue: "Suicide seems incomprehensible unless you yourself are thinking about it …I think it was in 1954 that I last tried suicide. I closed all the windows and turned on the oven and the gas jets …I stretched out on the bed. I went to sleep. It would have worked too, only inhaling the gas game me such a headache that the headache awakened me. I got up off the bed, laughing and saying to myself ‘You damned fool, you don’t want to kill yourself'…some hangover, some column”. Y la cosa pasa de violenta a virulenta cuando me arroja contra la cara el Diccionario del suicidio: "anda, échale un trago. largo, hasta las heces".
Y de poco sirve recordar que fue en una tarde de 31 de diciembre hace muchos, demasiados años, mientras dejaba volar la mirada sobre el adhesivo de la salida de emergencia del autobús. Allí yacía, en la acera, tan reciente como inerme, con el brioso reguero de sangre huyendo en canalillo de aquel cuerpo recién arrojado al vacío. Lo tengo bien presente, su perfil robado a la cotidianidad, lo rememoro con algún piadoso vestigio de ropa ocultando su cabeza, pero tal vez no fuera así, porque nadie había allá velando el cadáver, nadie sino la soledad, la curiosidad y la muerte. Nunca he tenido intención de suicidarme, aunque odio hablar de ello. Tampoco ahora, aunque ando últimamente a la greña con el destino y a veces fantaseo con echar el telón a la tragicomedia.
Así que hojeo al azar, hasta sentir retortijones. ¿Jesucristo, Sócrates, el Ché en una lista de suicidas? Quien no evita el encuentro con una muerte segura también merece ese apelativo, viene a ser la curiosa teoría, que en cierto modo emparentaría intencionalmente a los citados con aquellos artistas que acabaron siendo absorbidos por su propia voracidad creativa, como Van Gogh, Charlie Parker, Fassbinder ("Schlafen kann ich, wenn ich tot bin"), o el famoso "Club de los 27", o en el fondo con cualquier drogota empecinado en rematar a la mayor gloria de la aguja la leyenda vive-al-límite-muere-joven-y-deja-un-bonito-cadáver.
Prosigo. "Nada dice aquí de ti, Chinaski". "busca por 'Bukowski', o por 'viejo indecente'". Pero lo cierto es que la casual navegación depara algunos encuentros interesantes, como el paradójico final de ese joven sátiro y suicida impenitente que se dice que fue Heliogábalo, a quien su propia guardia, harta de sus desmanes, no le dio tiempo suficiente para consagrarse a un final con el que seguramente hubiera alcanzado la inmortalidad que solo otorga la idiocia en grado de emperador. Otros, en cambio, como el lúcido escritor Yasunari Kawabata, nunca mostraron especial interés por el asunto hasta que se pusieron a ello con notable acierto. Y hay quienes como Alain Delon "piensan con frecuencia en el suicidio e imaginan la escena"; algo que más allá de la verde y trágica portada de The Queen is dead ("boys, and it's so lonely on a limb") y la carta que al respecto de esta le escribiera, podría emparentarle con aquel Morrissey que no deseaba vivir mucho tiempo y para quien llegar a los cincuenta representaba "falta de resolución", sin duda un Morrissey diferente al irresoluto que el pasado mayo cumpliera 53. Aquel lejano Mozzer firmó "Asleep" ("Sing me to sleep / and then leave me alone. / Don't try to wake me in the morning / cause I will be gone"), y sutiles estribillos como "And if a ten-ton truck / kills the both of us / to die by your side / well, the pleasure, the privilege is mine" ("There is a light that never goes out"), en los que un puñado de jóvenes británicos encontraron una coartada perfecta, en la época del afterpunk y el caballo, para emular la salida a sus cuitas que tomara el joven Werther, obra de la cual, por cierto, afirmara uno de los hermanos de la esquiva musa que inspirara a Goethe: "Este libro es un espectáculo. [...] ¡Pobre Werther! Lo leíamos entre risas".
"Más de cien palabras, más de cien motivos / para no cortarse de un tajo las venas, / más de cien pupilas donde vernos vivos, / más de cien mentiras que valen la pena", cantaba Sabina en una letra que inspira terror en su propio testimonio de una vida auténtica, en su lejanía de lo que, en realidad, no es sino despertar al vacío sin atreverse a mirar el balcón, el espejo ni, por supuesto, las fotografías. De lo que se adivina cuando se fija la mirada en un hueco o una cicatriz, en una bombilla que va para un mes que no ilumina, en esa página en blanco y en los escritos de la última noche, aquellos que nos libraron de morir ayer, los que hoy amanecen emborronados, destejidos una vez más por la lluvia. Entonces, ¿para qué volver a echar los dados? ¿Por qué no entregarse, ya sin temor, una vez herido el cubilete, a esas otras formas latentes de suicidio como son la ausencia de la palabra, la inacción, el celibato, la oración, la pleitesía a la memoria? "Te metiste a la fuerza en una vida que te venía grande", escribía Wilde a su querido Bosie, antes de dejarse arrastrar De profundis hasta el abismo irredento de unas alas en Père-Lachaise. ¡Y cuánto desearía que como aquella vez, Atenea, la de los ojos de lechuza, me espetara: "¡Laertíada, fecundo en ardides! Tente y haz que termine esta lucha, este combate funesto para todos; no sea que el largovidente Zeus Cronida se enoje contigo", para que yo, una vez más, cumpliera la orden con ánimo alegre.
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