(La que sigue es una reconstrucción de los diversos papeles manuscritos -algunos de ellos meros esbozos, otros incluso rotos y en la papelera- que, a modo de continuación de la
entrada precedente, encontramos el pasado día 3 en la mesa de trabajo de Nadie, de quien nada sabemos desde el mediodía del primero de enero. Dadas las circunstancias de la desaparición -persona octomilgenaria sin su medicación habitual; tras horas de una tan repentina como irrefrenable audicción de
El ocaso de los dioses; poniendo como excusa la falta de tabaco para dejar el
giouvetsi que estaba preparando; y, especialmente, con una declarada propensión a tardar 20 años en volver de la más nimia excursión por el Mediterráneo-, comprenderéis nuestra sincera desazón por alguien que más que un jefe, un líder, un mentor o incluso un gurú, ha sido (¡es, puñeta, es!) para todos nosotros, antes que nada, un verdadero amigo. Es por ello que nos resistimos a creer, a pesar del tono de las palabras que siguen -tan dispares a las que nos tiene acostumbrados- y de su inquietante título -"Incitación estética al suicidio"-, finalmente enmendado por el mismo ausente por el que preside la entrada, que estemos ante un escrito póstumo, algo así como un posible epílogo o incluso epitafio para
20añosnoesnada.)
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¿Pensando en ver Stroszek esta noche, Ian? |
y en lo más profundo de la resaca,
pienso en dos amigos
que me aconsejaron varios métodos de suicidio.
¿qué mejor prueba de amorosa camaradería?
(Chinaski, Notes of a dirty old man)
Me sentía no llevado sino directamente "intervenido" por esa especial
troika de cerveza, güisqui y beaujolais que responde al nombre -cuando responde- de China...
- Un momento. Ahora es mi turno... (Quien se maneja con tamaña vehemencia, apartando del camino escatológico-filosofal a Chinaski es un recuerdo adolescente jamás vivido por Dosto, pero de tan vívida imagen que pareciera una de tantas de las que pudiéramos rescatar entre los cascotes mentales del ya hace años desaparecido bar musical Marcapasos, del laberíntico local de ensayo de la calle Calders o del minúsculo habitáculo doméstico, lugares todos ellos en los que en aquel tiempo desquiciado se entregara febrilmente a su propia melopea educativa melómano-melalcohólico-sentimental.
Porque los
flashes de la memoria de Dosto son así. Se presentan sin previo aviso e interfieren en la vida de los demás sin ni tan siquiera tomarse la molestia de llamar a la puerta. Es como aquella vecina del principal, la más antigua de la escalera, la que nos ha visto nacer, llegar, crecer, follar, reproducirnos y finalmente largarnos, la mujer más marimandona que jamás recuerde haber visto con permiso de mi propia madre, que con su variopinta delicadeza acabó por conseguir que todavía hoy la entrada a una charcutería suponga, para su tierno vástago, la metamorfosis del nutriente festival de aromas en pestilencia infame -o que nunca haya vuelto a dejar la tapa del retrete abierta sin considerar los peligros de la repentina aparición de una culebra posfreudiana-).
- ...Nochevieja, la hora de las confesiones más ciegas: siempre me previne de mezclar bebidas alcohólicas, drogas o mujeres en una misma noche. También de que
me alcanzara el amanecer escuchando repetidas veces The idiot después de haber visionado Stroszek.