Particularmente interesados nos hemos mostrado cuando en medio del mitin ha surgido el tema de la, si no del todo falsa, sí parcial lectura que muchos docentes suelen dar todavía al horaciano tópico del beatus ille o "dichoso aquel", y que se origina tanto en el nulo conocimiento del texto original de Horacio, el epodo II, como en el peso del sentido final que otorgaron al tópico escritores renacentistas como Fray Luis de León.
Así, según Dosto, podríamos diferenciar entre el profe 1 y el profe 2. Mientras el profe 1 tendría bastante con aquellos versos inmortales: Beatus ille qui procul negotiis, / ut prisca gens mortalium / paterna rura bobus exercet suis, / solutus omni fenore, / neque excitatur classico / meles truci / neque horret iratum mare, / forumque vitat et superba civium / potentiorum limina (Dichoso aquél que lejos de ocupaciones, / como la antigua raza de los mortales, labra los campos paternos con sus propios bueyes, / libre de toda usura, / y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra, / ni se asusta ante las iras del mar, / y se mantiene alejado del foro y de los umbrales soberbios / de los ciudadanos poderosos), el profe 2 llegaría sin más problema al término de la composición, donde descubriría que el famoso discurso está puesto en boca de un personaje, ni más ni menos que un usurero: Haec ubi locutus faenerator Alfius, / iam iam futurus rusticus, / omnem redegit idibus pecuniam, / quaerit kalendis ponere (Cuando el usurero Alfio, / dispuesto a convertirse de inmediato en labrador, hubo dicho esto / recogió en los Idus todas sus ganancias / decidido a renovar sus préstamos en las Calendas).
Como siempre, Dosto no ha podido evitar ponerse estupendo a la hora de rubricar la lección: "En conclusión, no sería descabellado afirmar que, en los siglos que van de la Antigüedad al Renacimiento, la ironía sagaz frente a la hipocresía muda en ideal" (vamos, igualito que nuestro celoso y esclarecido President, pero del revés). Para entonces, incluso Nadie (sabedor de que un clásico, por más especialistas y/o pedantes -incluido el bueno de Dosto- que le metan mano, jamás agotará sus lecturas, y de que, por otra parte, no sólo Alfio el usurero, sino Horacio y Fray Luis, así como él mismo, antes se hubieran dejado rebanar una mano que renunciar al tráfago mundano por un lugar entre las abejas) se había entregado con embobada pasión al perverso jueguecito de vaciar y volver a llenar matrioskas.
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