era tal la aceleración con la que conducía sus palabras y actos, tan grande su necesidad de dejar atrás el horizonte, que el comentario más repetido en su funeral fue que había sido una lástima que se perdiera el enorme placer de haberse conocido a sí mismo...
su yo más preciado era aquel que afloraba en los sueños, delirios y deseos inconfesables de otros...
ante él, hecho añicos en el suelo, el reflejo desnudo de todo su ayer, su hoy y su (no) mañana. ladea la cabeza, bizquea receloso, avanza un paso al frente, y la nueva perspectiva le descubre en uno de los pedazos una sombra hasta entonces inadvertida. aproxima la mirada a tiempo de sentir un incómodo chasquido caliente en el cuello: un fragmento de vidrio inesperado, antesala -a la postre- de la revelación de su ser, su no ser, su nada...
También hay por ahí algunos -bastantes- encantados de conocerse que no sabe uno lo que es peor.
ResponderEliminarMuy sugerente la imagen.
Saludos cordiales
La verdad es que los espejos dan para mucho: reconocimiento, narcisismo, imágenes delirantes e, incluso, accidentes fatales fortuitos. Me atrevería a decir que tal vez los haya que te levanten el ánimo (¿por qué no?) a primera hora del día. ¡Que nunca nos falten! Un cordial saludo.
Eliminar