(C. Vallejo)
con cada pleamar, el enigmático remero devuelve su esquife al embarcadero. sus labios resecos se nutren de las memorias de cuantos recoge en la travesía. solo quienes rindan sus demonios a los pétreos guardianes, quienes sientan el relente del alma en la palma de las manos, quedarán a salvo del sueño de las aguas.
no nacen afectos ni emociones en la isla, sino fervores de fugaz sabiduría. a veces los paseantes recobran las palabras para colmar de espejos blancos su silencio. la soledad es su bien más preciado y les complace compartirla en espontáneo archipiélago.
la luz es el verso más delicado de la tiniebla.
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