Carrer del Diluvi, Vila de Gràcia |
Mais si c'était l'exil, dans la majorité
des cas c'était l'exil chez soi.
(A. Camus)
53 m2 de vivienda no daban para mucho, y menos siendo tres, pero antes incluso de que pudiera programar u organizar nada, las niñas se lanzaron con pasión a experimentar sus propios límites con la pintura y el retrato fotográfico. la tarde que entró en el dormitorio y encontró a la pequeña entregada a la lectura mientras hacía el pino puente, respiró hondo, en la certeza de que, por más días que pasaran encerrados en casa, jamás se sentirían encarcelados.
la soledad adquiría significados imprevistos, y le inquietaban las jugarretas que pudiera gastarle la mente. así, en las mañanas zamarreadas por una brisa impertinente, de un aire purísimo -y, sin embargo, tan cargado de muerte-, creyó oír el silbo de la guadaña en cada salida al mercado o la farmacia, cada encuentro casual en la calle o la escalera. hasta que una noche la mayor se puso a 39, y aprendió a convivir con la aprensión.
otros momentos, en cambio, evidenciaban las dificultades de mantenerse fiel al deseo sin conspirar contra la memoria, como cuando una lluvia lánguida pero tenaz, que se alargó todo el fin de semana, le dejó entre los dedos aquel otro aguacero que a él y a N les sorprendiera ante el Peine del Viento (fue esa misma noche cuando oyeron hablar por primera vez de aquel temible virus surgido en un mercado remoto). se esforzaba en fijar los detalles de aquel instante frente al oleaje, de su luz negra, que ahora le semejaba tan espectral como un sueño.
conversaba por videollamada con N al menos dos veces al día, y solían bromear con la idea de que el cierre les hubiera cogido en lados opuestos del checkpoint. aunque, en realidad, la decisión había sido consensuada, no por ello resultó menos amarga. habían recibido el año con besos en lugar de uvas, y en venganza el destino les había escamoteado un pedazo de sus vidas. quizá por ello, guiaban la conversación hacia trivialidades, resguardando sus sentimientos. por más que sus miradas revelaran las orillas de una ausencia que agitaba las noches y teñía los despertares de melancolía.
Imagen cortesía de Alma Estela M.-M. |
le atrapó la idea del mar de los Sargazos. tanto que, una vez colgó, empezó a rebuscar entre sus antiguos libros de texto. no encontró nada, pero no por ello dudó de la retentiva de K. a lo largo de los años, habían sido tantas las revelaciones de su propia existencia refrescadas por el compadre, que a veces dudaba de no haber llevado dos vidas en paralelo: una, la que él mismo recordaba; la otra, la que tenía a K como biógrafo o, quizá incluso, novelista. después de cenar, pudo confirmar la fortuna literaria de un mar que había sido propicio para las navegaciones de Verne, Cortázar, Jean Rhys o Jim Morrison.
desvelado, se dirigió al lavabo y luego abrió el ventanal. todavía estaba oscuro y hacía frío en el mar de los Sargazos. percibía cada vez más próximo el tiempo de los vencejos, y a él confió, quizá ingenuamente, el fin de la pesadilla.
Parece que el confinamiento no le ha cortado la inspiración, de lo cual me alegro.
ResponderEliminarConfiemos en que una vez salgamos del Mar de los Sargazos -para desgracia del planeta- descubramos por accidente unas Indias de la Solidaridad y la Empatía, en lugar del Nacionalismo y el Autoritarismo al que parecíamos dirigirnos.
Mucho arrecife va a haber que sortear, me temo, y tampoco descartemos el amotinamiento.
Un saludo cordial
Para inspiración, la suya de esas Indias que menciona, que serían lo único de bueno que podríamos sacar de esta cruel travesía. Un cordial saludo.
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