a A le maravilló aquel vetusto hotel frente al mar para el que parecían no haber pasado las décadas. lo había entrevisto unas cuantas veces desde la carretera, y siempre había tenido deseos de alojarse en él. por supuesto, no esperaba gran cosa en lo tocante a la comodidad, pero teniendo en cuenta la monótona inercia de su existencia (no mucho menos previsible que el 98 por ciento* de la de su otrora admirado Phileas Fogg), resulta comprensible que experimentara cierta equívoca satisfacción ante aquel abigarrado cúmulo de inconvenientes en forma de humedades, tufo a rancho marinero ahogado en ajo, un conserje reñido con la cortesía, y un catre que competía en escandalera con los quejíos de suelos, escalera y vecinos metidos en faena. lo cierto es que A estaba resuelto a que nada ni nadie se interpusiera en su anhelo de conseguir todavía no tenía muy claro qué en la semana siguiente.
mediada su estancia, después del ordinario paseo por la orilla recién amanecida, le había apetecido prolongar el desayuno en el recoleto comedor con surtidor y amplios ventanales con detalles de vidrio emplomado, no sin antes hacer acopio de cuantas revistas y suplementos dominicales encontró en la recepción. como todos los días, con cada sorbo de té, A alzaba la vista y, con fruición no exenta de disimulo, guiándose por los elementos del escenario, pero ante todo por los gestos, las miradas y los acentos de los restantes huéspedes, desarrollaba en su imaginación anécdotas y observaciones (las más de las veces, veniales; otras, disparatadas) que dejaba por escrito en un pequeño dietario que llevaba consigo. una costumbre, se dirá, excéntrica, pero que se había revelado de gran eficacia a la hora de calmar una enfermiza tendencia al autoanálisis.
el azar condujo su mirada hacia una joven que celebraba a su acompañante mientras saboreaba una magdalena con delectación casi proustiana. A vació la tetera en la taza, y después de dejar constancia en su cuaderno con un aforismo entre irónico y provocativo, reanudó la lectura de un artículo sobre la historia literaria de la absenta, que -¡cómo no!- alegró con su graduación el anecdotario. fue después de cruzar saludos a la marcha de los primeros comensales, cuando reconoció la canción que sonaba en el hilo musical. se sonrío sin escatimar socarronería, tal vez en la inútil esperanza de poder conjurar cuanto empezaba a hervir en lo más íntimo de su vacío, sabedor de que "Satellite of Love" iba a devolverle una vez más al kairós de una madrugada de vino blanco y preguntas incisivas, a la sensual gravedad cósmica de la voz de Ω, al humo deslizándose por sus labios, atravesando las palabras, golpeando a A en cuerpo y alma sin premeditación pero con alevosía.
para cuando la sarcástica voz de Lou evocó por enésima vez las andanzas del "satélite" con Harry, Mark y John, A estaba ya de vuelta del revoloteo habitual alrededor de la excéntrica obsesión de Ω por conservar las llaves de cuantos lugares hubieran alojado sus excesos, singular juego de puertas siempre abiertas que corría en paralelo al discurrir de los amores pasados, para los que, de hecho, tampoco nunca permanecieron cerradas. una vez finalizado el tema musical, A posó la pluma sobre el papel y tanteó sus manos para confirmar la ausencia de rastro alguno de resquemor o pesar entre los dedos. luego se sumió en la contemplación de su rostro impreciso flotando en la superficie de la taza de té.
una repentina irisación se posó sobre el cuaderno en el instante en que la joven de la magdalena se levantó de la mesa. sin venir a cuento, dedicó una amplia sonrisa a A, que se la devolvió con complacida complicidad. después cerró el dietario, acabó su té y se reintegró al cronos del hotel, dejando a Ω apoyada en el marco de alguna puerta en su mente. Ω, dulce Ω, ¿piedra de toque de su memoria o de la irrefrenable necesidad de evasión por escrito a través de la imaginación?
* El narrador sigue aquí escrupulosamente los cálculos estimados por Julio Cortázar al respecto de lo que el cronopio escritor denomina como "vida banana", "vida dentífrico" o "vida buenos días mamá".
Estimado Nadie: nos va a seguir regalando con historias de Alfa y Omega a lo largo de este tórrido agosto? Sería un placer.
ResponderEliminarTodo se andará. A ver qué dice Omega... Un cordial saludo.
EliminarTiene que ser muy evocador eso de ver reflejado tu rostro sobre la superficie de una taza de té -siempre de mejor gusto que sobre una de café- mientras te abandonas a tus pensamientos. Cualquier día de estos pruebo yo también aunque en lugar de Satellite of Love creo que me pondré esta otra canción a modo de inspiración: https://youtu.be/7rTERqua4Vk
ResponderEliminarUn augusto saludo
Chris Isaak, ¡qué tiempos! Eso da para un tropel de evocaciones que no caben en la distancia que va de A a Ω. A mí la de Isaak que siempre me dio muy buen rollo (tal vez por influjo de Kerouac y el resto de la tropa) fue esta: https://www.youtube.com/watch?v=aufudfyHIaA. Un cordial saludo.
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