y es tanta la velocidad imprimida al giro de cintura que nada puedes hacer para sortear la voluminosa y pesada maleta que se cruza de improviso en tu camino haciéndote caer de bruces. asoma ya por tu garganta la despiadada imprecación, abortada con naturalidad por la serena mirada y la sincera disculpa del dueño del maletón, no otro que aquel a quien, paradójicamente, buscabas esquivar. son solo décimas de segundo, pero en medio de tu ofuscación, por un instante, quisieras sentirte otro (alguien mejor que tú), capaz de pronunciar un conciliador "no importa", de ofrecerse al "pardillo" para guiarlo, tranquilizarlo e incluso darle algún imprescindible consejo de veterano acerca de la dura vida que le espera allá donde se dirige. pero no, finalmente, con un vivo rictus de desprecio, y haciendo acopio de todo tu resentimiento y las humillaciones acumuladas, no desaprovechas la ocasión de ser el primero en dar un puyazo al manso, desechando la oportunidad de cambiar la baraja de su destino.
será ya por la noche, mirando de reojo tu imagen en uno de los escaparates del centro, cuando caigas en la cuenta de lo poco que ese muchacho sin atisbo de petulancia, con una cortesía más espontánea que cultivada, tenía que ver con aquel fanfarrón que diez años atrás marchara a comerse el mundo de un solo bocado. el mismo que ahora, frente al escaparate, roído por la experiencia, enrojece de envidia al ponderar el seguro éxito del joven con el que esta tarde se ha cruzado en el aeropuerto.
Muy borgiano y muy stevensoniano lo noto esta tarde de domingo, estimado Nadie...
ResponderEliminarNo lo crea, estimada M.T. Simplemente, cada día que pasa observo más mala leche y más gente que se mira al espejo y no se acaba de reconocer del todo, yo el primero.
EliminarEn el espejo
ResponderEliminardonde ya no me veo
me mira un viejo
Javier Almuzara: Constantes vitales
En el caso que nos ocupa, un prematuramente viejo resentido en exceso. Gracias por el poema, que no conocía.
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