que me vacía por dentro, me consume...
con las primeras luces del alba, tras la persiana, cinco grados más allá de la realidad, volvían a chirriar sobre las callejas las ruedas de los esponsales laborales de todos los días. encendió la luz y el azul amoratado del sueño se abrió en jirones cuando extendió la espuma de afeitar sobre su rostro astillado. con azarosa precisión geométrica deslizaba la maquinilla de arriba abajo, a izquierda y derecha, en un maquinal juego rectangular que alcanzó su clímax una vez narciso aceptó que hacía días que era otro el que tercamente reflejaba el minúsculo espejo de su memoria...
con el amasijo de espuma, pelos y ecos del patio de luces, observaba cómo desagüe abajo, apenas imperceptible por el vaho, corría el amor como gel de baño necesario para la existencia, como antes ya se deslizaran los amigos y novietas, la cerveza solitaria a la vuelta del trabajo, las calles de la infancia o la colección de autorretratos de fotomatón. y aunque ya no quedaran naves que quemar o toallas que tirar a la lona, lo más descorazonador era no sentirse perdedor de nada... tan solo carne de ausencia, material para el olvido, una víctima desnuda más que ofrecer al minotauro de la hipocondría.
destello de la mañana posando su aguijón en el pesaroso fondo de la existencia, manejar con tiento el amanecer para evitar que se haga añicos sobre los hombros. pan con clavos, serrín y virutas, zumo de agraz para quien dos años atrás había alcanzado el fondo de su propio corazón a nado... pero, dime tú, sombra azul en la penumbra, ¿a quién le interesan los periódicos de ayer?
de tumbo en tumbo te diste de bruces con tu propio sueño, murciélago que ausculta en la pulpa de los libros el destino de la noche. alumno de todo y maestro de nada, dejaste atrás la docencia, pero cuando miraste al frente, no viste más que un caleidoscopio de espejos retrovisores. el olor a quemado te devuelve a la tostadora y los fogones, a su bullicio joven y cosmopolita, recoges la espumadera entre las hojas del calendario. hora de servirte el café y, prescindiendo del azúcar, saborear con pérfido detenimiento el crispado hormigueo de las avenidas. hora de, una vez expirado el plazo para disfrutar de tus quince minutos de fama correspondientes, cerrar tus pensamientos de golpe y...
sí, levantarse de la cama por la mañana es siempre una actividad de alto riesgo.
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