En abril de 1946 Juan Ramón Jiménez publicó
un muy extenso artículo: “El modernismo poético en España y en Hispanoamérica”.
No era la primera vez que el poeta de Moguer reflexionaba acerca de esa
cuestión, ni sería la última. De hecho, el tema le obsesionaba hasta el punto de
que a menudo utilizaba cualquier subterfugio para colarlo de rondón en cartas,
conferencias y todo tipo de escritos que abordasen otros aspectos, no digamos
ya cuando desde el principio indicaba que ese iba a ser el argumento central de
su ensayo: en ese caso los textos solían ser aún más extensos, prolijos,
personales –lo cual no implicaba que no fuesen rigurosos- apasionados y muy
intuitivos.
Así fue él siempre en sus escritos
críticos: subjetivo, en ocasiones excesivamente arbitrario, pero muy a menudo,
también, tremendamente acertado, de una deslumbrante lucidez.
Tal es el caso del artículo que nos
ocupa.
En él Juan Ramón analiza la estética modernista
en el ámbito hispanohablante mientras traza, de modo paralelo, su propia
biobibliografía. Da comienzo narrando cómo un jovencísimo Juan Ramón marcha a
Madrid invitado por Villaespesa y por Rubén Darío, a quien consideraba su
maestro. A partir de aquí pasa a analizar el liderazgo estético de la figura de
Darío en el movimiento modernista a ambas orillas del Atlántico, o la
influencia de Unamuno en algunos autores españoles. Pero esa no es la razón
central de su escrito, como sí lo es desgranar su propia trayectoria literaria en
paralelo a la de los autores de los movimientos de vanguardia hispánicos o los
del 27, con la intención principal de señalar que sólo J.R.J. –habla de sí
mismo en tercera persona- alcanza un grado de magisterio sobre sus coetáneos similar
al ejercido por Darío unas décadas antes.
Casi al final del artículo, Juan Ramón,
tras realizar un repaso exhaustivo por los poetas más señalados de los dos
lados del Atlántico surgidos hasta el momento –y encumbrar entre todos ellos a
Lorca y Neruda como merecedores de situarse próximos a J.R.J. y Darío -, se
pregunta: “¿Quién será, poetas y críticos, el poeta que llene lo que queda de
siglo (…), el que determine una poesía de verdad mayor?”. Para seguidamente
contestarse lo siguiente:
"Para mí será un poeta libre, aislado, claro,
de forma personal como la de los cuatro influyentes mayores; de realismo
májico, pero trascendente; más sensual que Unamuno; más interior que Darío; más
jeneral que Antonio Machado; menos socorrido que Lugones; más optimista que J.
R. J.; más sencillo que Gabriela Mistral; menos premioso que Guillén; más
completo que García Lorca; más sano que Neruda; más unido que Alberti. Y si
tenemos en cuenta la predicción de Henry A. Wallace sobre la era, que se
avecina, del Pacífico, en la que yo creo firmemente, este poeta, corona del
siglo modernista, deberá nacer en Hispanoamérica y del lado del Pacífico, que
lo espera."
Hace muchos años que leí este texto por
vez primera. Desde el primer momento en que lo hice pensé que quien mejor se
ajustaba a esa descripción tan precisa detallada por Juan Ramón, más que un
poeta era un narrador, y más que un narrador, un mago de las palabras: Gabriel
García Márquez. Y no sólo por esa alusión a un “realismo májico, pero
trascendente”, sino porque esa definición parecía encajarle al novelista de
Aracataca como un guante. Por más veces que la leyera, ningún poeta sabía
resguardarse mejor que él bajo ese paraguas de adjetivos y de maestros.
Sin embargo, García Márquez nunca
escribió un verso.
(O quizá sí).
Gabriel García Márquez acaba de morir.
Habrá quien haya aprovechado para releer sus libros, sus artículos, sus
memorias… a mí no ha dejado de rondarme la cabeza, ni por un momento, el citado
artículo de Juan Ramón. Todos estos años me faltaba una pieza para completar el
rompecabezas, para acabar de desentrañar el enigma. La tenía tan cerca que no
la veía. Tan cerca como en los dos últimos párrafos de “La soledad de América Latina”,
su discurso de aceptación del Nobel de Literatura de 1982.
Al final del mismo García Márquez
afirmaba lo siguiente:
"Es por ello apenas natural que me
interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las
verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el
sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera
tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas
modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha
sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una
vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el
inventario abrumador de las naves que numeró en su Ilíada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a
navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el
delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de
la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra
América en las Alturas de Machu Pichu
de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza
milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía
secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia
el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre,
con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y
trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de
adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la
muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la
consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que
invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas,
Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la
existencia del hombre: la poesía."
Aquí está el poeta que Juan Ramón
esperaba que llegase "del lado del Pacífico". Aquí tenemos al
narrador que nunca dejó de ser un poeta, porque sabía que si quería iluminar la
realidad con sus palabras sólo podía escribir poesía. Aunque pareciera prosa.
Tan convencido estaba Juan Ramón Jiménez del
perfil que este habría de tener, que lo dibujó con extremo detalle. Y no se
equivocó.
“El modernismo poético en España y en
Hispanoamérica” apareció en abril de 1946, en el número 16 de Revista de América. Una publicación de
Bogotá.
Noemí Montetes-Mairal y Laburta es profesora de Literatura Hispánica en la Universidad de Barcelona y crítica literaria.
(Este artículo ha sido recogido con posterioridad en MONTETES-MAIRAL Y LABURTA, NOEMÍ (2014), Quedan los nombres. Impresiones y lecturas de literatura española contemporánea, Sevilla, Renacimiento, pp. 203-207)
Noemí Montetes-Mairal y Laburta es profesora de Literatura Hispánica en la Universidad de Barcelona y crítica literaria.
(Este artículo ha sido recogido con posterioridad en MONTETES-MAIRAL Y LABURTA, NOEMÍ (2014), Quedan los nombres. Impresiones y lecturas de literatura española contemporánea, Sevilla, Renacimiento, pp. 203-207)
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