los odiaba. fuera por su empaque, las pintas que gastaban o los trabajos que desempeñaban. a pesar de las afinidades, por buenas que fueran las expectativas, más temprano que tarde, la convivencia se volvía insostenible. eran para mí moluscos presuntuosos, guitarras de alma torcida, jacintos fragantes hasta la náusea.
los había calado desde el primer instante. al empollón de la clase y al pardillo en la calle, al mocito de mirada luminosa y borrasca interior; al rebelde sin causa, al anarco sin barricadas, al traficante de camaradería con elogios sin fondos; al rockero amaestrado, al electricista sin chispa, al aturdido Casanova que jamás hizo honor a su apellido.
los dejé en la cuneta, tipos grises con aspiraciones pero sin determinación. al despedido que se marchó de vacaciones al Caribe después de chulear al jefe de RR. HH., al que se pasó media vida repitiendo que no volvería a hacerlo, al que encontró un sentido al absurdo y al que se ahogó en un mar de aplausos, al gritón impenitente, al que oía y oía sin escuchar a nadie, al que siempre amó por encima de sus posibilidades. fueron neutralizados con minuciosa profesionalidad.
muy pocos se ganaron mi respeto: el soñador que vivió con frenesí las duermevelas del transporte público, el joven lector que tras cada descripción de Proust se recobraba con algún lingotazo lírico de Bukowski, el felino profesor que se mantuvo fiel a las enseñanzas de Mairena y Max Estrella... aun así, fui implacable con todos, y si alguna lágrima derramé en el confesionario del bar de la esquina, fue por mí mismo. porque eran ellos o yo. juro que nunca hubo nada personal, apenas hartazgo de cuantos tuve que ser en algún instante de mi vida.
ahora solo resta librarse del malhumorado agonías cabezón que me impide disfrutar de mi merecida jubilación criminal, antes de que cumpla con su amenaza de entregar mi alma bellaca al televisor o la nostalgia.
Menuda galería de personajes, de la condición humana. El narrador me ha recordado a esa anciana que, precariamente sentada en un bordillo, al pasar y mirarla yo con cierto interés por si necesitaba ayuda, y sonreírle, me ha espetado: !cómo va a saber ese pan que llevas bajo el brazo!, pensando ella que la barra que sujetaba por encima del codo la llevaba toda sudada. Nada como una dosis de amargura para empezar el día. Y, sí, me temo que habrá que explorar las raíces del odio si queremos tratar de comprender el tiempo actual. Un saludo cordial.
ResponderEliminarY de entre todos los odios, si me lo permite, el de uno para con uno mismo, quizá la verdadera raíz y al mismo tiempo la redencíon de estos tiempos narcisistas hasta la médula. Un cordial saludo.
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