lunes, 11 de julio de 2022

la buhardilla

asoma la cabeza por el hueco de la escalera y reaparece aquella primera impresión de libertad y armonía, ese embrujo de mansarda parisina con artista redimido de la paranoia y las galernas del ajenjo. mientras divaga con la mirada entre las novelas en lengua inglesa, los catálogos de museos y las guías de viaje de los estantes, ella le hace sentir su abrazo, intenso y dúctil como una ola, con la misma invitación renovada: "¿no es el sitio ideal para un escritor?"

pero no es fácil convencer a quien entregado a la práctica de una ficción instintiva, encarnada en lugares y situaciones comunes, teme asumir el riesgo de un cambio tan drástico. ¿qué abismo insondable se abriría ante él con la renuncia a los soportales, las estaciones, los bares de carretera, las pensiones en que los huéspedes emulsionan su exasperación en una cacofonía de jadeos y tele a todo trapo?

aun así (que no quede dicho), escoge la música y se pone manos a la obra. alumbra una idea, pero la desecha. escruta la calle a través de la ventana sin que fragüe la serendipia. una araña aburrida se descuelga hasta el flexo con una aritmética que no desentona de la simetría y la pulcritud de la estancia. sin ninguna convicción, comienza la descripción de esta por el ocre espeso de las paredes y la madera de cerezo de suelo, vigas y techumbre. en la esquina opuesta al escritorio, bajo el tragaluz, su rincón favorito, con el sillón orejero, la lámpara de pie, la cómoda siempre atiborrada de libros y la pintura con el vaso de agua con el pincel, el tintero y los enigmáticos cuadernillos manuscritos en espejo. las estanterías, una mesilla con dos sillas plegables y una gandula se reparten sin ahogos el resto del ambiente, rubricado con souvenirsrecuerdos familiares, una radio de válvulas y un extenso amanecer bajo el que sestea un Buda de terracota. lee y relee lo escrito, lo descarta y baja a la calle a tomarse un café bien cargado.

en el corazón de la tarde, mientras ella corrige unos ejercicios escolares, él se sume en su muda contemplación. son otras las canciones ahora, más vivaces y rítmicas. descolocado por esa extraña aleación entre placer y trabajo, su mente se desplaza de los dédalos habituales. percibe la centralidad espacial, temporal, orgánica, de la buhardilla: su lugar entre el chorro de claridad del cielo y el urbano revuelo del comercio, los festejos y las reivindicaciones; su no tiempo en el que se presentiza un pasado relatado de vigas carcomidas, trastos arrumbados o alcobas de una inmemorial casa de postas. 

el sobrero tañido de las campanas de la iglesia lo despierta de la ilusión de tal eje del mundo, demasiado doméstico para ensombrecer los de Delfos, la torre Martello o la estación de Perpinyà, pero no para ponerlo por escrito. y sin embargo, ¿quién en su celo interrumpiría la celebración de las miradas, la placentera reciprocidad de los gestos, la profundización en esas formas superiores de lo literario como son la lectura de los cuerpos y la escritura de la intimidad? él no, desde luego.

2 comentarios:

  1. Yo ya casi no me atrevo a opinar. Más de una vez he asumido como autobiográfico algún texto suyo cuya condición como tal a continuación ha sido desmentida por su autor. Por tanto, lo dejaré como caer como deseo en la medida en que el narrador de La buhardilla parece encontrarse en un momento vital más que interesante.
    Un saludo cordial.

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    1. Je, je, dear prudence, que decían The Beatles. La verdad es que esta vez he dejado bastante poco para la imaginación, al menos en cuanto a la geografía y ciertas acciones. Pero no siempre será así, por supuesto. Un cordial saludo y buen verano. Nos vemos en su blog.

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