retorno a la riera de Arbúcies, a los matices del otoño, los ocres y los pardos, el llamativo bermellón en la hiedra. en esta mañana de perfil británico, con sus nubes, sus destellos rebeldes y la humedad, que anticipa el grisáceo rumor de la llovizna.
la mirada se desplaza, asombrada, hacia los numerosos troncos atravesados entre una y otra ribera, con sus leños recién talados abandonados a la vera del sendero. ¿secuelas del reciente temporal? nos reunimos con M y J en el área infantil. tras ponernos al día de las respectivas vidas, sus palabras reviven aún perplejas el pavoroso paso de la gota fría de la semana pasada: los truenos sucediéndose sin tregua, el seco estrépito de los árboles arrancados de cuajo desplomándose contra el suelo, las calles anegadas y en completa tiniebla. enfrente, ajenas al relato, las niñas se entregan a los dóciles vaivenes del columpio o la tirolina.
más tarde, camino del restaurante, reduzco el paso para tomar algunas fotografías. cuando examino el resultado en el visor, ninguna de las imágenes me parece menos irreal ni enigmática que las atesoradas en tantos otros paseos que, al igual que el presente, tuvieron como destino la platgeta frente a la Corbadora, ruinoso testimonio tomado por la maleza del pasado fabril de la villa. el crujido de los pasos entre la hojarasca activa inevitablemente el juego de la reminiscencia, que se extiende sin normas por el tapiz de senderos que ascienden hasta el castillo de Montsoriu, se llegan hasta Breda o serpentean bajo los robles, olmos y madroños de can Massaguer. crisol particular de escritos, bocetos o lecturas, del diálogo refractario en torno al amor, la melancolía o el fuego de la espera: islotes todos emergidos del hechizo de esta riera, tan inagotable en su inspiración como la corriente que la anima.
los sollozos de la pequeña corriendo hacia mí me bajan de la nube de golpe. un incipiente cardenal apunta sobre su pálida frente y, a falta de mejor solución, descendemos por las rocas en busca del auxilio de las frías aguas. cuando una vez aliviada y sonriente, se reúne con la mayor y su amiga, la magia indescifrable que se desprende de sus canciones, juegos, risas o miradas, de su amistad nacida ante el sonoro espejo de esta riera, me da la medida de la primacía de lo inmediato sobre la visión, la reflexión o la memoria.
momento para la añoranza hasta el tuétano de aquel tiempo indivisible en que, como ahora estas niñas, dibujaba mi vivir desde las entrañas mismas de la existencia.
Querido Nadie:
ResponderEliminarCuando he leído "de su amistad nacida ante el sonoro espejo de esta riera" en realidad he leído "de su amistad nacida ante el sororo espejo de esta riera". Sororo, de sororidad, por sonoro. Y qué bien habría quedado.
Un abrazo enorme. El mayor.
Pues sí que habría quedado bien. De hecho, esa era la idea. Siempre un placer leerla por estos pagos. Otro abrazo enorme.
EliminarSonoro rima también con sollozo y con otoño.
ResponderEliminarCasi se escucha el chasquido mullido de las hojas húmedas al caminar!
Saludo cordial
¿Qué más se puede pedir? También su comentario es profundamente poético y contribuye a abrir todavía más los sentidos del escrito. Un cordial saludo. Nos vemos en su blog.
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