y un intenso aroma a café recién
hecho impregna el ambiente. resaca.
la pleamar de los dedos, aventurándose
por cada uno de los pliegues
del cuerpo siempre desconocido.
¿y qué queda después de haber franqueado con los pies descalzos
el ardiente pavés del dolor? ¿la rabia,
la conmiseración, la incomprensión de lo acontecido?
de repente, una inexplicable ráfaga de serenidad
levanta las faldas de la penumbra herida.
de un tiempo a esta parte,
solo bebe en soledad. se cansó de
soltar disparates a los cuatro vientos:
eligió escribirlos.
dejó la novela en el cajón a los pocos meses de iniciarla.
comprendió que tenía que seguir experimentando la poesía en el teatro de la vida.
La novela precisa de viento constante. Cuando sople, será el primero en notarlo. Mientras tanto, hace bien en aprovechar las ráfagas. Ah, y guárdeme, si puede, un papel en el teatro de la vida. Antes o después tendré que averiguar si aún sé actuar.
ResponderEliminarun saludo cordial
Gracias una vez más por su brillante aportación. En cuanto a la novela, me temo que lo mío adquiere ya tintes borgianos, vamos, que es algo que doy por imposible. Y respecto al teatro, un consejo, si me lo permite: aléjese del escenario. Algunos de mis mejores momentos han sido entre bastidores. Nos vemos en su blog.
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