la línea púrpura que cruza la nieve

en ese lapso del camino en que balbuceo, vacilación o ceguera devienen modos traslúcidos de la visión, sientes tus propios pasos luchando por emerger en la nieve. 

abres los ojos, pero nada queda de los camaradas con los que prendieras la noche. tanteas augurios en las palmas de tus manos; solo responde el eco alterado de tu propia respiración. jadeo a jadeo, ante ti, la línea púrpura que cruza la nieve asoma como una cicatriz más del olvido, una forma insólita del renacer...

...surgida de la íntima percepción de la fragilidad de todo, de la cópula irreverente de aurora y crepúsculo, azar y necesidad. absorto en la línea, pura energía creativa, te reconoces pájaro que se cierne sobre el envés de las nubes. de súbito, una sombra filosa acecha tu vuelo. experimentas la callada vibración de la línea, sin atreverte a traspasarla...  

tendido a un lado, el difuminado pecio de tu niñez. lo identificas por el aroma salobre y el latido detenido de una bicicleta sin ruedas; no por sus imágenes, devoradas por la línea púrpura que acalla tus labios. una vez redimido de la memoria, percibes con precisión diamantina las implicaciones que conlleva cruzar la línea: a tu espalda, escrutas tus propias huellas sin reconocerlas.

recelo y locura disputan su partida sobre la nieve en un tablero cuyas casillas reflejan las múltiples caras de tu desconcierto. ahora que eres tiempo desamarrado, que podrías desencadenar el universo en un solo impulso, aceptas el desafío, consciente de que jamás cumplirás lo pactado.

¿volver atrás o atravesar la línea? eliges permanecer en ella, la vida en el alambre, en su intersticio. perpetuar el instante previo a la decisión como la más frágil y leal forma de eternidad. al fin libre, atenazado en tu espasmo de silencio, soledad y página en blanco.