las once de la noche... momento como otro cualquiera para dejar de beber, maldecir o gimotear, dar cuerda al a love supreme de Coltrane, romper amarras e iniciar la pausada navegación por el poema, deseo de adam zagajewski, anoto en mi cuaderno su latitud y longitud, dejando libres sus coordenadas y sus rendijas, su metafísica de la virtud surgida del cruce entre lo cotidiano, el desarraigo y los grandes valores, y recuerdas como en un epitafio: "el disidente de los disidentes", y te entregas en brazos del 12 year old blended, la fritanga de berenjena recalentada y el último incomprensible error del ordenador, al tiempo que intentas rimar en tu cuaderno envidia con admiración, y echas los dados de tu propio deseo alrededor de una poesía en la que la imagen y su urdimbre espacio-temporal emergen de la realidad sin ahogarla, en la que la epifanía se encuentra como en casa entre los enseres, anhelos, vestigios y rendiciones de cada día de hoy, ayer o siempre. Visiones de la infancia desprendidas como desconchados de las paredes de la Historia; ofrendas a la vida recobradas a tientas de entre los transparentes dedos de los muertos; o cometas rimbauldianos animando con su música iridiscente la naturaleza adormecida, robados de la gris usura por la reverberación de un poeta grave, que entrega su sincero abrazo en cada uno de los surcos abiertos a flor de piel. Y un apunte de poética entre tantos otros, alrededor del hallazgo de la imagen; la imagen del estudio del poeta, la imagen del mundo, la realidad o el anhelo, la imagen una vez más -y otra y otra- de la poesía hallándose carne, materia de efímera resurrección.
MI ESTUDIO (para Derek Walcott)
El estudio donde trabajo tiene seis
caras como un dado.
Hay una mesa de madera de tercas
formas rústicas, un sillón
perezoso y una tetera con el labio
prominente de los Habsburgo.
Desde la ventana veo árboles escuálidos,
finas nubes y niños de la guardería,
gritando, siempre contentos.
A veces, a lo lejos, brilla la luna de un coche
o, arriba, la cáscara plateada de un avión.
Es evidente que otros no pierden el tiempo
cuando yo trabajo, buscan aventuras
en la tierra y en los grandes espacios.
El estudio donde trabajo es una camera obscura.
Pero, ¿en qué consiste realmente mi trabajo?
En una larga espera inmóvil,
en remover folios, en una paciente meditación,
en la pasividad que no convencería
a un juez de ansiosa mirada. Lentamente
escribo, como si tuviera que vivir doscientos
años. Busco imágenes inexistentes,
y si existen están enrolladas y guardadas
como la ropa de verano durante el invierno,
cuando el frío corta los labios.
Sueño con lograr una concentración absoluta;
si la encontrase tal vez dejaría de respirar.
Quizá mejor que consiga tan poco.
Aunque oigo silbar la primera nieve,
oigo la delicada melodía de la luz del día
y el amenazante gruñido de la gran ciudad.
Bebo de una fuente pequeña,
mi sed es mayor que el océano.
Autorretrato
ResponderEliminarEntre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
Tampoco yo -también es casualidad- soy hijo de la mar, ni del aire o el viento, la menta o el azar, sino de una absurda nube sedentaria que acabó merecidamente encadenada por la sombra de su propio sueño...
EliminarMe gusta la definición, Nadie. Muy lograda.
Eliminar(Nunca me canso de leer a este inmenso poeta, Maese Nadie. Nunca. Su poesía y, también, un excelente dietario-libro de memorias que gusto de releer a menudo: En la belleza ajena.
ResponderEliminarNo se lo pierda tampoco, Maese Nadie. En el caso de que no conozca la obra, claro.
Ah, y felicidades por la entrada, eso qué duda cabe).