¿Dónde, pues fieras hay, está, el desnudo
luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo
(Rodrigo Caro)
se dejaba llevar (tal vez) por la ausencia de víveres en la alacena, o (¿quién sabe si?) por la fuerza centrípeta de un día radiante, o por las risas y el griterío ausentes de los patios de la escuela, o seguramente tan solo por la inercia de sus propios pies, en un esquema de baile suspenso sin pareja, ritmo ni limitaciones. despeinaba el aire, redondo y desprotegido, haciendo del caer de las hojas rumbo profético. dos grados longitud oreste siete grados distorsión antígona, sorteó con una media sonrisa a los dos ancianos enraizados en la plaza, mientras por puro pudor de lo íntimo evitaba desleírse en el runrún del chalaneo cotidiano, el zumbido de las conversaciones o el desbaratado bullicio de los pájaros. y poco importaba que aquella gente hubiera echado el candado a sus álbumes o siguiera adelante plantando cara a la nada a escupitajos. menos importaban las últimas gilipolleces y acusaciones del ministro, subsecretario o gazmoño rebuznador de turno, con-ve-nien-te-mente contestadas por la dulce oposición. como tampoco hubiera ofrecido un chavo por las bravuconadas de la horrenda troika y sus cámaras de gas bancarias. se daba cuenta con tristeza que las manos, los pies, de los codos a las rodillas y a la laringe, habían devenido raíces sin ramas ni hojas, oscuras urdimbres resecas, que se dolía de reconocer como propias frente a los escaparates con que se cruzaba en el camino. había fantaseado mil veces con el sabor de la derrota, lo había reconocido en sus lecturas de césares y cristos, como también en los llorosos ojos de su abuelo materno, y ahora
bajo su piel...
y no había
rencor ni ira ni abatimiento, tan solo un leve pero agudo dolor en el pecho. allá en lo alto continuarían ondeando las banderas, los sueños de los niños, la denodada lucha contra la amargura. fue entonces, cuando recién sentado en el rincón más tibio de la cafetería, deshojó el libro y encontró al azar su poema:
Los derrotados visten trajes de la nada. ¿Son
un signo absurdo ahora? ¿Se
congeló la utopía en sus cabezas?
Se los ve en cafés afligidos,
molestan, hablan
con un fulgor maltrecho en la boca
que no se termina de apagar. ¿Siguen
en la pasión de violar el mundo?
y no ser violados por el mundo? ¿Insisten
contra la estupidez? O callan y se limpian
la baba que el tiempo deja caer sobre ellos. Escriben
papeles que nadie alcanza a ver.
Tienen nombres no dichos
sobre sus huesos quietos ya.
("Babas", Juan Gelman)