el nacarado alabastro de la humareda atravesada por los rayos de sol, extrañamente estática, perpleja; el goloso crepitar de la carne y las patatas envueltas en papel de aluminio; pinzas y birra en mano, unos toman el mando de la operación, mientras los otros compensan con chascarrillos sus nulas ganas de arrimar el hombro: saturday noon fever, parrillada en homenaje a los recién jubilados y el altavoz portátil escupe matraca setenta-ochentera a todo trapo. ¿qué haces, boomer, que no te lanzas a saltar, gritar y bailar, dándolo todo como los demás? ¿a qué tanto aspaviento antihedonista? ¿abusando ya de Marco Aurelio antes de alcanzar la senectud? ¿por qué negarse a proclamar a los cuatro vientos que, aunque los años no pasen en balde (y para muestra, el festival de barrigas cerveceras), aquí seguimos a tope, con la misma energía que entonces y, desde luego, inmunes a la nostalgia? ¡por dios, menuda pamema, al fuego con ella!
menos mal que una vez asadas butifarras, chuletas y cuartos, y escamado ante la voracidad mostrada por los colegas durante el aperitivo, te despojas en un pispás del mohín moralista, y temeroso de quedarte sin cacho, procuras no perder ojo del baile de bandejas. lo que no es óbice (todavía convaleciente de la impresión recibida en tu última boda como invitado -¿en qué momento se avino Cupido a reemplazar la marcha nupcial por el videoclip bollywoodiense con números de baile protagonizados por los contrayentes?-) para que te impliques con artera hipocresía en el caprichoso revoltijo de cháchara, ordinariez y desmelene en que desemboca la francachela. por supuesto, gato viejo, no te estás de pimplar lo indispensable para aguantar impertérrito el siempre desasosegante turno de los agradecimientos.y, sin embargo, las palabras de los hoy homenajeados, tal vez sin pretenderlo, permean en vuestras cabezas hasta tocar la fibra sensible. porque más allá de los manidos tópicos de la petanca, la supervisión de obras o el pastillero semanal, de los bucólicos planes en forma de siesta en la tumbona del terruño familiar mientras los nietos y el perro retozan alrededor, trasluce en los discursos una profunda gratitud a la vida en toda su dimensión, a la familia y los amigos, al esfuerzo que ennoblece, a la callada dedicación a los otros, al arduo camino recorrido que, al fin y al cabo, forja las identidades. el efecto catártico suscitado, precipitadamente disipado por el aplauso unánime y atronador, hace asomar alguna lágrima en el alféizar de tu mirada.
atónito por la reacción, ajena a tu repertorio emocional, te alejas por un momento de la escena, pretextando la necesidad de algún otro humo. por fortuna, bastan un par de caladas para recobrar el ánimo, desechar cualquier atisbo de añoranza por lo no vivido y recomponer tu habitual rictus de Zaratustra de vía estrecha con el que a diario te proteges del sueño y la visión, pero no de la inquisición freudiana: ¿dónde se originó esta aversión a las celebraciones? ¿en la inalterable frialdad paterna en la mesa navideña? ¿en el valor tornadizo que ya desde niño asignaste a la amistad? ¿en el deseo visceral de un amor jamás saciado? ¿o en el indiscutible encanto del outsider y el enfant terrible, aun sabiéndote apenas el bicho raro, el tío del lunes, el solitario del vaso en ristre que nunca decepcionó a nadie porque nadie esperó nada de él?
o quizá en la vanidad imperturbable de quien, sabiendo lo que está en juego, avanza con más temor del que quisiera en la asunción de una soledad sin capas ni texturas, con la que ir desandando caminos antes de ser succionado por el desganado remolino sin prisas del olvido.
Qué elegante y certera semblanza, ¿autobiográfica?... no tiene que responder. Un saludo cordial
ResponderEliminar¡Ja, ja, ja! Dejémoslo en "basada en hechos reales". De hecho, hace años que el único humo que aspiro es el de barbacoas y tubos de escape. Aunque tampoco descarto que detrás del texto esté alguna de las versiones del camaleón que vamos paseando a diario con nosotros. Un cordial saludo.
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