aislamiento, al que instintivamente te entregas cuando, absorta en la visión espectral del flujo nocturno de la autopista -con sus cuerpos de acero, sus extremidades neumáticas y sus parpadeos sin alma-, eres incapaz de filtrar signo de humanidad alguno.
por los corredores del hormiguero urbano, se desborda el mundo con frenética y jovial impostura, infatigable en su incitación a superar los límites más resbaladizos. sin embargo, aferrada a una añeja desconfianza rayana en la timidez, tu curiosidad resiste los cantos de sirena y alimenta su indiferencia en el círculo vicioso de los libros, filmes e himnos de juventud.