¡Mas es mía el Alba de oro!
(Rubén Darío)
los odiaba. fuera por su empaque, las pintas que gastaban o los trabajos que desempeñaban. a pesar de las afinidades, por buenas que fueran las expectativas, más temprano que tarde, la convivencia se volvía insostenible. eran para mí moluscos presuntuosos, guitarras de alma torcida, jacintos fragantes hasta la náusea.
los había calado desde el primer instante. al empollón de la clase y al pardillo en la calle, al mocito de mirada luminosa y borrasca interior; al rebelde sin causa, al anarco sin barricadas, al traficante de camaradería con elogios sin fondos; al rockero amaestrado, al electricista sin chispa, al aturdido Casanova que jamás hizo honor a su apellido.