sale a la terraza del palacio y una vez más se rinde al armónico conjunto que se abre ante ella. el trémulo vaivén de la luz recién nacida del horizonte, el lento descender de los veleros por el río, la acompasada brisa de los flabelos: signos de la consumación del tiempo. cuando él posa las huesudas manos sobre su cintura, ella se deja estrechar con languidez. dedos, lenguas y sexos se deslizan como arena añorada del desierto y su ley inexorable.