the grass is always greener on the other side.
siempre supo que había nacido para vivir otra existencia, entiéndase bien, no el habitual anhelo de aventuras, fama o dinero, sino literalmente el de una biografía distinta a la suya, ese mero disfraz arbitrario, fingido y provisional. tampoco es que fuera una meta que la obsesionara, así que iba desgranando sus días discretamente, a la espera del momento en que se cumpliera su destino. una ocasión que comenzó a fraguarse -sin ella sospecharlo todavía- a la vuelta de las vacaciones, una vez confirmó que el piso contiguo volvía a estar habitado.
pronto se familiarizó con los nuevos sonidos que llegaban del otro lado de la pared. el tintineo leve de las llaves, el trasiego indeciso del mobiliario, el color intenso pero sereno de la voz de la vecina o el ritmo coloidal de la bossa nova y el jazz ambiental casaban bien con los aromas del incienso, de la cocina especiada o del porro de maría como culminación de la jornada. un equilibrio natural (afianzado en la omnipresencia de un silencio esponjoso, blanco) solo suspendido por alguna visita esporádica de las amigas o las aún más espaciadas de una hija con la que aquella mujer parecía tener los papeles intercambiados.
en pocas semanas, era tal el conocimiento que había adquirido de las rutinas de la vecina, que empezó a sentir aprensión a la posibilidad de encontrársela en la escalera o asomada a la balaustrada de la terraza, fuera por temor a traicionarse a sí misma o a que el personaje imaginado no cumpliera con las expectativas creadas. se vio en la necesidad de controlar sus horarios -incluso los más eventuales- con exactitud escrupulosa. los efectos secundarios de dicho seguimiento fueron palpables antes de 15 días: no solo sus guisos se abrieron a los paladares de otras latitudes -al igual que sus selecciones en Spotify viraban hacia lo atmósferico-, sino que su sempiterna voz de pito se transformó como por arte de magia en un timbre sedoso, modulado y vivaz. solo los porros parecían una batalla perdida de antemano.
en pocas semanas, era tal el conocimiento que había adquirido de las rutinas de la vecina, que empezó a sentir aprensión a la posibilidad de encontrársela en la escalera o asomada a la balaustrada de la terraza, fuera por temor a traicionarse a sí misma o a que el personaje imaginado no cumpliera con las expectativas creadas. se vio en la necesidad de controlar sus horarios -incluso los más eventuales- con exactitud escrupulosa. los efectos secundarios de dicho seguimiento fueron palpables antes de 15 días: no solo sus guisos se abrieron a los paladares de otras latitudes -al igual que sus selecciones en Spotify viraban hacia lo atmósferico-, sino que su sempiterna voz de pito se transformó como por arte de magia en un timbre sedoso, modulado y vivaz. solo los porros parecían una batalla perdida de antemano.
se planteó entonces el porqué de todo aquel afán de mimetismo tan súbito como inexplicable. ¿se trataba de una obsesión, de una aberración o era una prueba más de su tradicional sumisión a la novedad? ¿sentía tal vez alguna clase de atracción -física, sexual, platónica- hacia la vecina? estuvo varios días dando vueltas a la cuestión en un estado de creciente inquietud, avivado por unas punzadas de origen idiopático en ambas extremidades del lado derecho. hasta que llegó a la convicción de que aquella mujer era arrendataria de la vida que tantos años había estado esperando. por supuesto, tal hallazgo avivó su necesidad de saber más. ya no se trataba solo de oír, oler o saborear, sino de ver, palpar, para seguir fantaseando. el ansia había llegado a extremos tan insoportables que, aquel sábado por la tarde, venciendo sus recelos, se aupó con una escalerilla a la balaustrada y saltó el murete que separaba ambas terrazas y existencias.
inopinada, perturbadora primera impresión: una desvencijada tumbona de lona encarnada empalidecida y una diminuta mesa de jardín con un puñado de libros oponían tímida resistencia al avance de la selva de cactus, geranios, petunias y rosales amarillos que apenas dejaba entrever el baldosín. al fondo, en un rincón a la sombra del toldo, tubos de pintura, pinceles colgando, botes de disolvente y trapos mugrientos descansaban alrededor de la pila. avanzó como pudo hacia el ventanal corredero. el ingreso al salón-comedor le confirmó la total dedicación de la vecina al caos y a la pintura: caballetes, telas, bosquejos y modelos se habían erigido en amos de paredes, rincones y suelos, acorralando a las estanterías de mimbre, la mecedora y la mesa de centro rodeada de cojines. le impactó todo aquel desorden, pero no mucho más que el hecho de que no hubiera vuelto sobre sus pasos con celeridad. por el contrario, se tomó su tiempo en admirar el talento de la artista, su devoción al rostro y al cuerpo femeninos retenidos en su madurez, la destreza a la hora de plasmar vibrantes contrastes de luz y color. no le costó reconocer en los autorretratos la esquiva belleza interior de aquella mujer de frente amplia y mirada desvaída en añil a quien tantas veces había esbozado con la mente.
el repentino timbre de un teléfono la atrajo a la cocina. le complació la pulcritud irreprochable de azulejos, mármoles y suelo, un inesperado respiro después de la experiencia del taller. abrió la nevera y se sirvió una porción de queso francés. volvió a sonar el teléfono. ¿quién podía ser tan plomazo? decidió descolgar: "¿sí?", dijo con naturalidad. tras un saludo monocorde, apenas musitado, una joven dio rienda suelta a un monólogo colmado de trances de pareja, histerismos postizos y dilemas alrededor de un proyecto de ampliación del negocio: "¿qué harías en mi lugar, mamá? claro, que preguntarte a ti, que no sabes qué hacer con tu vida..." ¿para qué abrir boca? optó por dejar pasar el temporal del "¿por qué tuviste que dejar tu trabajo?", o del "¿no creerás en serio que alguien vaya a pagar por tus dibujitos?", antes de responder con voz queda, pero firme, que una energía imparable, ajena a su voluntad, había tomado el control de sus actos; que en sus manos, ojos, pulmones ya no había tiempo, sino pintura; y que -sintiéndolo mucho- debía colgar "porque la inspiración no tolera demoras".
orgullosa de la respuesta, de saberse al fin Ella, se plantó ante uno de los cuadros a medio pintar y añadió algunas pinceladas. se sentía tan dueña de aquel espacio y del rumbo que había tomado su vida que decidió refrendar ese sentir liándose un canuto, que para su sorpresa consiguió armar a la primera. intentaba no pensar en las palabras de su hija, esa niñata consentida tan pagada de sí misma, y sin embargo, tan frágil en su sinsentido. le entraron ganas de salir a la calle y celebrarlo a lo grande. estaba tan pletórica, tan reconciliada con el universo que, al pasar frente al piso vecino, no reparó en la mujer que sacaba las llaves del bolso, al parecer, una exartista de tres al cuarto que, abrumada por las desavenencias con la hija, había aceptado llevar una existencia más ordenada, anodina y quizá feliz.
Me ha gustado el cambio de agujas, Nadie. Me ha parecido muy personal -veo que vuelve al tema de forma obsesiva- pero a la vez trasciende. Es una de las claves, creo, del buen arte. Por mi parte, creo haber vivido a ambos lados de la pared y, la verdad, sigo sin saber cuál es el que más me conviene.
ResponderEliminarUn saludo cordial
Sí, quizá sea una de las 4 o 5 obsesiones que se repiten en el blog, y lo bueno del caso es que hoy en día la veo más presente a mi alrededor que en mí mismo, pero me apetecía anotarla jugando con los personajes y las palabras. Una vez más, gracias por su comentario. Nos vemos en su blog.
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