y las cartas boca abajo echadas
con gesto rabioso sobre el tapiz,
tablero, encrucijada, cementerio,
butaca en la filmoteca, primera sesión...
llamémoslo una vez más pereza, dolce far niente o, mejor, astenia primaveral; llamémoslo estados carenciales, o ausencia de ideas o de materia prima (tabaco, alcohol, "patita de atrás", títulos deportivos, la chair est triste, hélas! et j'ai lu tous les livres); llamómeslo errata, hartazgo, orgullo o incluso prejuicio, o cuanto asoma con absente hocico: ennui, mal du siècle, yo escindido, muerte del sujeto o fastidio nacional. ¿amor estilográfica en el centro de la noche o inconsolable lluvia en el infierno? ¿y por qué no dejarlo simplemente en FRACASO?
Razones una vez más para otro prolongado silencio bitacoral, entregados como estábamos (con devoción pero sin convencimiento) a la meditación alrededor de las nubes, los espejos y la rayuela, y en estas que aparece nuestro buen amigo Alfredo y nos saca de nuestro feroz ensimismamiento con un corte de una de sus películas favoritas, Amici miei, y necesitamos creerle cuando nos promete que si miramos fijamente a los pasajeros del tren, acabaremos por hallar entre ellos al amigo Marrano y a algunos otros ejemplares (es un decir) de la feligresía gaviota (pero ¡qué queréis que os digamos!, por más empeño que le ponemos, lo único que nos da a atisbar es a un hatajo de infelices que creyéndose lo del monte y el orégano, las aves y los lirios del campo, la bonanza y el crecimiento, reciben hostia tras hostia, recorte tras recorte, en el inicio de su abismal viaje patrio hacia ninguna parte).
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