el trino del pájaro a primera hora de la tarde, tras la puerta entreabierta del balcón, vibrante y audaz como una paradoja, pletórico en su simplicidad regocijada. intuyes el minúsculo pecho henchido, el plumaje haciéndose luz; el aire inspirado vibra en la siringe y se reintegra al mundo en un canto perfecto que suspende la realidad llenándola de sentido.
aparece entonces la infame tentación de sorprender al cantor de cristal para enjaular su magia con la mirada. confiado, separas las hojas con felina sutileza y oteas el exterior con el rabillo del ojo, solo para constatar que del trino ya no queda sino sombra y silencio y un sedimento de acibarada irrealidad.