el tren deja atrás el túnel y su traqueteo se agota lánguidamente bajo la colosal marquesina de hierro y vidrio de la estación. después de tantos años, Ω se abandona a la monumentalidad del espacio -pronto escamoteada por la sorda algarabía de la docena escasa de pasajeros-. luego cruza el vestíbulo desierto, desciende la escalinata ante la que se abre la población y, sin prisa por presentarse en el hotel, sube hasta la iglesia de Santa María, desde cuya explanada contempla la panorámica de la bahía. de su callejear preliminar anota los siguientes detalles: las continuas pendientes de una trama urbana ya de por sí apretada y alambicada; lo abigarrado y trasnochado de viviendas y comercios; los cascos desarbolados del antiguo ayuntamiento o el hotel Portbou. por lo demás, perplejo ante la carencia de recuerdos visuales de su primera visita, decide prolongar su estancia dos días más.