resiste
que no te dobleguen
aunque sepas que jamás volverás a la vida
aguanta
sin tesón ni confianza
solo por el afán de encajar
un golpe, dos golpes, más golpes
sin olvidar -sin disculpar-
(insomnio interrogante, libro deshojado,
enésimo viaje al espejo reptil de la madrugada)
ni los pasadizos que te abrieron el laberinto
del fuego
ni el carrusel sensorial de las vanidades pasadas
ni los ojos de aquel que
después de venderte su alma
te acabo hurtando las manos
en tu descenso a las sombras...
ni el dolor, ni la frustración,
ni la ira de las espinas. al final,
tuvo que ser el dragón
de los relojes quien
(una vez deshojados, marchitos,
hollados, catalogados
todos sus besos -sus miradas-)
se brindara para hacer cenizas
el desolado edén erigido
por aquella dama y su caballero.
escribía mucho, para olvidar, dejando la mano libre, incluso de la mirada. entre palabra y palabra nunca rebuscaba en los rescoldos de su existencia, rara vez en los ecos o las voces, para qué en sus cada vez más esporádicas lecturas. por supuesto, no contemplaba apoyo alguno de diario, dietario o cuaderno de escritor. literatura en estado impuro, surgida del vacío o de la oscuridad del espacio en blanco; jugada, disparada, vomitada, eyaculada en las hojas sueltas, billetes, servilletas, mesas o bancos ofrecidos a su mano en los escasos bares, cafés, parques o estaciones en los que gustaba recalar. literatura a pie de calle, arrebatada y urgente, en llamas, y como tal, dispuesta al sacrificio anónimo en las papeleras de lo no nacido para permanecer.
"desandar el anochecer a través del doblado espejo de la memoria ... libar tan solo el fantasma de nuestra rendición en caliente ... las luces de la ciudad derraman su plumaje sobre la barra ... trazan con su profundo vuelo ... una senda imaginaria entre el deseo y el sexo, la verdad y el enigma, la ambición o los sueños, la muerte... el poema"
lo peor de volver a casa totalmente ebrio nunca era la borrachera en sí, ni el estúpido empeño en echar un pestillo largo tiempo atrancado, como tampoco la cólera de los vecinos, los golpes y moratones en rodillas y codos mientras rodabas por el suelo en vano intento de despojarte de los pantalones, o ese "anticipo de la agonía" que otros menos leídos, todavía hoy, llamamos "resaca". lo terrible siempre fue, una vez realizada una somera lectura de las notas garabateadas a lo largo de la velada, corroborar por enésima vez que tus dotes como escritor se mantenían a años luz de las del "dipsómano"...