viernes, 29 de abril de 2016

lletraferit

abandonó la oficina mediada la mañana. había devorado la novela sin haber previsto otra de repuesto, y los minutos se le hacían cada vez más insoportables. sabía que ninguno de aquellos pobres diablos iba a reparar en su ausencia, así que ni siquiera se planteó fingir excusa alguna. además, vivía apenas a diez calles de distancia y el plan era sencillo: salir pitando intentando encadenar los diversos semáforos en verde, subir los peldaños de la escalera de cuatro en cuatro sin esperar al ascensor, agarrar el libro previamente escogido durante la carrera, y volver más rápido que un garabato rumbo al trabajo, arrollando viejecitos y niñas despistadas en caso necesario. el cálculo no admitía dudas: contando imprevistos, no más de diez minutos.

llegó al rellano tres segundos antes del horario fijado, y después de saludar cortésmente al vecino, abrió con presteza la puerta del piso. le sorprendió verla en casa: "he discutido con mi ex y he decidido cambiar de planes. y tú, ¿qué haces aquí?" "venía a por algún libro. me he quedado sin lectura justo después del desayuno", contestó él sin aminorar su alocado paso rumbo a la biblioteca. una vez frente a esta, no acababa de decidirse por una novela u otra. tal vez era el momento adecuado para retornar a la poesía, o quizá, incluso, para intentar por enésima vez la conquista de aquel viejo tomo imposible sobre filosofía alemana. miró el reloj. los segundos corrían a la velocidad de la luz. instintivamente, posó los dedos sobre un libro con el lomo encarnado, seleccionado más con las prisas que con el corazón o la mente. se dio la vuelta camino del umbral, en donde ya estaba esperándole ella, en braguita pero sin sujetador, y con un profiláctico desenfundado en ristre entre sus dedos. habló con la mirada. le hizo señas de que callará, lo lanzó contra el suelo, le bajó los pantalones, y por un instante, allí entre libros, se evadieron de la realidad con el deseo, sin atreverse a separar miradas ni labios ni vello el uno del otro. una vez recuperado el aliento, ella salió del improvisado serrallo, y volvió con un par de vasos con zumo de naranja. "lamento lo de tu ex" -dijo él con tan improvisado como fingido interés. "lamento lo de tu trabajo" -contestó ella con lacónica e irónica displicencia. "no podéis estar a la greña todo el rato. si ni siquiera habéis tenido hijos." "¿y tú, crees normal pasarse el día leyendo, escondido como un ratón entre los legajos? anda, ¿por qué no llamas, les dices que te encuentras mal y pasamos juntos el resto del día?"

ya en la calle, de vuelta a la oficina, percibía cómo su paso se ralentizaba paulatinamente, al tiempo que un inexplicable vacío a medio camino entre el avergonzamiento y la absorta felicidad tomaba su conciencia. tal vez fuera el efecto de la propuesta de ella -finalmente rechazada en favor del libro-, o el todavía latente sabor de sus labios; o puede que el sombrío reflejo de las propias cavilaciones; o quizá tan solo, los incipientes efectos de la consabida astenia primaveral...

2 comentarios:

  1. Naturalmente, conviene quitar el polvo al libro antes de leerlo, sea en sentido figurado o literal.
    Un cordial saludo

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  2. La verdad es que sí, porque hay demasiado ácaro suelto, en los lechos y en los libros. Nos vemos en su blog.

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