domingo, 10 de marzo de 2013

the forest

...algo había de áspero y repugnante en las babeantes caricias de aquel gamusino (como un pálido ecuador entre maloliente, obsceno y sacrificial), que estuvo a punto de hacerme retroceder por primera vez desde el momento en que me aventurara a dar una vuelta por el lado salvaje. pero me excitaba el cuerpo de aquella delicada criatura por la que torpemente reptaban las garras del imaginario animal. una emoción que, dada mi proverbial predilección por venusinos y guermantes, me sonrojó y estimuló a partes iguales. tal vez fuera el tatuaje que daba nombre a sus flancos -albertine-, o quizá el brillo de su piel, asombrada y frágil como una hoja de papel de fumar, o quién sabe si la soberana floresta esmeralda que (dejando en suspenso tanta liviandad) asomaba entre sus pliegues.

las normas habían quedado selladas previamente entre los participantes: el gozo de la mirada iba a primar sobre la complacencia del cuerpo.

yo solo tenía que evitar sobreactuar, agitar mi sexo para satisfacción de un tercero y, por supuesto, intentar evitar en lo posible la más mínima burla que todo aquel estúpido juego y su grosera parafernalia provocaban en mi ánimo. disimular la risotada ante aquel grupo de súcubos surgidos de improviso tras la puerta verde, cuervos en trance, baile de viudas de mirada y manos extraviadas, que al tiempo que me ofrendaban el desnudo cuerpo de albertine, me daban a probar el oscuro bebedizo entre extrañas fórmulas susurradas en un idioma remoto. para entonces toda huella de terco cinismo había cedido ante un frenesí lejano e imperceptible que se fue adueñando de mí con la turbia voracidad carnal de un fauno. en medio de aquella rutilante danza´alucinada, a mis espalda, restallaban los hipidos del herculeo gamusino, con su látigo de gladiolos enarbolado. su papel en la comedia era tan ruin como perverso: su eyaculación iba a ser directamente proporcional al dolor que experimentara con la contemplación del robo de su joya más preciada.

y tal vez fuera su insaciable juventud o la fingida pasión por satisfacer a su dueño, o quizá el tenue desengaño que sus manos depositaron en las mías, el escozor del cuerpo cuando ya es incapaz de distinguir entre existencia y humillación

(aquella criatura era el único espejo frente al que mi deseo se había reflejado tal como era. el chisporroteo del fuego o el gorgoteo del vino rebotando en la copa, bandadas de enaguas o sombras chinescas destripadas: en aquel instante, la más absurda imagen me satisfacía mil veces más que anonadarme contemplando mi sexo iniciando el vuelo)

...con desmañado movimiento, apremiada por los jadeos y los chillidos del gamusino, albertine aferró mi miembro aturdido y lo arrastró hacia ella,  hollando su mantillo, volviendo indescifrable toda linde, frontera, retorno

                                                  ...solo entonces, alcanzaría el fauno la sabiduría del lobo, del lobo que se sabe eternamente desgarrado por la hirsuta rebeldía del bosque impenetrable, del lobo que invisiblemente enajenado reparte sus metálicas dentelladas sin rumbo ni horizonte, de la bestia que siente asco y temor reverencial, que se sabe derrotada por sí misma y por sus víctimas recelosas
                         
                  finalmente despojada de su existencia, de su crueldad, de su dolor...

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