sábado, 2 de marzo de 2013

hormiguero

21:00, aquella tarde de miércoles hormiguero había sido una despiadada parrilla sobre la que habían ido cayendo los cuerpos, desfallecidos, reventados, borrados. en su deambular sin norte ni huellas, destejiendo el tiempo en la ruidosa soledad de los bares maniatados por su espera, el aprendiz de asesino también había acusado el golpe. en la barra, entre trago y trago, juntaba los labios de espaldas al barman, forzándolos a la imitación del seco sonido del disparo perfecto, para luego entornar los ojos, como quien espera el tiro de gracia, en un extraño juego en el que se veía a sí mismo como goleador y guardameta, bateador y pitcher. sólo entonces cayó en ello: las cuentas pendientes no deben saldarse de otro modo. no basta con que el sentenciado se retuerza de dolor: tiene que implorar.

el primer encuentro con su objetivo se había producido frente a la taquilla de la estación. guardaba cierto reparo a provocar el cruce mutuo de miradas, así que se recreó en vaciar de refilón aquel rostro entrevisto previamente en dos pálidas fotografías: la frente hundida, la nariz interrogante, los pómulos de hormiga, la expresión caída de un hombre caído, grotesco y ahíto. lo azaroso de su vestimenta había acabado por destensar los escrúpulos del ejecutor. el sujeto era un farsante, se veía a la legua. en la premeditada forma de recoger el cambio o en el gesto de doblar la revista. tampoco había nada ruin en ello, no por eso ningún asesino iba a sentirse ni más o menos victorioso, intimidado o piadoso hacia él.

¡qué lejos estaban uno y otro de los heroicos villanos en blanco y negro de los relatos clásicos! del criminal, surgiendo de la mugrienta oscuridad de la cloaca con las pupilas anestesiadas, a veces portándose como un hombre; otras, como un verdadero profesional. como también de la víctima, con su elegante traje a rayas, reventándose el dinero con el convencimiento de quien se cree cínicamente inmortal; tal vez acompañado de una imponente rubia platino de ardiente gesto animal; tal vez abofeteando con impostada condescendencia a toda aquella nación de buitres revoloteando alrededor del escote de la fiera. el crimen de hormiguero, en cambio, no pasaría de ser uno más en la pila de casos pendientes del jefe de policía.

pero hacia las 9 de la noche, el alcohol había enviado sus hormigas al asalto del espíritu, dejando al descubierto el ánima del revólver. era el momento de abordar a aquel individuo y cruzar dos palabras, a la manera en que chapman había buscado el garabato de lennon. tenía derecho a ello. su vida le pertenecía, no en vano al final del día se convertiría en su asesino. la sorpresa vino cuando, agazapados tras el trenzado de aquel anodino diálogo, se revelaron los callejones sin salida de dos pasados demasiado comunes como para no sentirlos ajenos: el del niño sin espacio en el patio, y el del joven que se sienta y se siente de pie; el del grito quebrado en la celosía del confesionario, o el de quien protegió sus temores con una ráfaga de excrementos de paloma resecos sobre un coche abandonado. para entonces, el aprendiz de asesino ya se había dado cuenta de que no iba a necesitar a ningún amigo americano para lanzarse pendiente abajo de la sangre y salir indemne de aquello. se despidieron educadamente y para cuando volvió, aquel adán timorato ya creía tener la destreza de un ángel exterminador.

pero aquella partitura nunca se ejecutaría bajo su batuta. en contra de lo buscado, el hombre del traje a rayas no huye, no implora, no claudica. emplaza sus últimas fuerzas para aferrarse, magullar, derrotar a la mano que empuña el revólver. hasta que alguna clemente fuerza oscura le hace hincar las rodillas, en cámara lenta. no habrá tiro de gracia. el asesino es consciente de que, en otra habitación de la dimensión espacio-tiempo, el inmolado tal vez habrá sido él. para cuando vuelve la mirada atrás, se sabe tan lejos como si jamás nada hubiera sucedido. cuando deja de correr, aferra con cicatera codicia un pétalo marchito con un número de teléfono subrayado en verde. se sabe al fin seguro en el hervor de las calles repletas de mocosos borrachos magreándose bajo los portales. un deseo que él sublima en la irrefrenable necesidad de meterse entre pecho y espalda un buen filete con patatas guisadas, antes de darse una ducha extensa como la oscuridad. cómo le hubiera sorprendido abrir los ojos y caer en la cuenta de la perfecta eternidad de tal oscuridad. para entonces, ya habría llegado a su cerebro la terrible sensación de los diez grados bajo cero penetrando en lo más profundo de su dermis, implosivo instante en el que asomaría la lágrima, la pregunta por el momento en que el titiritero de aquel hormiguero de locos había decidido cambiar el guión, que había dado con sus huesos en la morgue.


De entre el hormiguero de audiciones realizadas en esta atrabiliaria, glaciar, ventosa y avinagrada semana que entona el canto de cisne, nos ha parecido interesante rescatar un par de temas para una nueva edición de nuestra sección fantasmagórico-musical ALGO MÁS QUE RUIDO. Se trata de "Kreen-Akrore" y "Pow R. Toc H.", debidos a Paul McCartney y Pink Floyd, respectivamente. Dos instrumentales que podríamos calificar, sin temor a equivocarnos, de puro vanguardismo pop (avisados quedáis). Al respecto del primero (perteneciente al primer LP de Sir Macca en solitario), resultan de gran interés los comentarios que le dedica la Biblia de The Beatles, y en los cuales se menciona como inspiración del tema la emisión de un documental en la televisión sobre este grupo indígena (los kreen-akrore), naturales de la jungla amazónica, y su lucha por defender su hábitat y sus formas de vida de la ambición de los colonos blancos. Musicalmente hablando, se trata de una composición centrada fundamentalmente en la percusión (en algunos momentos apoyada en la utilización de un estuche de guitarra como instrumento) y en la incorporación de todo tipo de recursos sonoros poco habituales, como sonidos de animales, de ramas rotas o de un arco lanzando una flecha. El sonido de la respiración de Paul (prácticamente un jadeo) en la última sección del tema logra el efecto buscado de recrear la sensación de la caza.

En cuanto al corte de Pink Floyd, cabe destacar que pertenece a su primer disco, The piper at the gates of dawn, marcado por la presencia del inefable Syd Barret, principal compositor de un álbum con aroma a mitología fantástica y teosofía adolescente bañadas en un mar de psicotrópicos y surrealismo, y que se resuelve como una lección de improvisación, experimentación, oscura lucidez y riesgo, de la que este sorprendente "Pow R. Toc H." es muestra representativa. Nada más, gente, y ¡feliz viaje por vuestros sueños y temores!

5 comentarios:

  1. Francamente, una intrigante selección musical la de esta entrada...

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    1. Pues sí, la verdad es que nos parecía un buen colofón al relato que protagoniza la entrada, aunque también es cierto que fue fruto de la casualidad, de las cosas que se van oyendo por váyase usted a saber qué oscuras razones a lo largo de la semana.

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  2. Respuestas
    1. Por supuesto, aunque como dice su lema, "not quite as popular as Jesus".

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  3. Sí, yo también he tomado nota de la web.

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