domingo, 26 de mayo de 2024

espiritual

estación a estación, empellón a empellón, contorsiones imposibles, pupilas abismadas en vacíos electrónicos, ni rastro aún de la primavera, contractura emocional. ¿cuándo fue la última vez que abordaste a un desconocido en el tren? ¿fueron tal vez personajes novelescos la chica griega con la que compartiste suelo en el pasillo del nocturno, el paraca budista o el flemático neoyorquino fundido tras un mes de farra ibicenca? no, desde luego, la menuda Ω, de lengua afilada y labios de hielo. allí estaba meses más tarde, aullando su rabia sobre el escenario en la fiesta de Radio 3. extraños en un tren, cortocircuitos amables de cuando tu cabeza era una esponja sin severas consecuencias.

coleccionista de vidas auténticas, leal al diablo de tu tiempo, te agenciaste cien mil noches en un solo año: el tatuaje de los clubs, la música corriendo por tus venas, los chamanes y sus traviesas píldoras de mística instantánea... ¿a qué día estamos? ¿cuál es tu juego? los labios me llegan al suelo. ¿aún sigues ahí? corta la baraja y sube a la escoba. muertos de olvido, hagamos del sexo el mejor escondrijo. uno anhela las alturas para que en el fondo nada se transforme. hasta que la realidad dobla la apuesta y no queda sino rendirle cuentas. 

de apoptosis en apoptosis, 365 cambios de piel después, te acabaste consagrando a la más cínica forma de redención incondicional: el perfeccionismo, dejando para los paseos por senderos fluviales -como el de esta mañana en La Seu- la ilusión de quien se distancia por un rato del curso de la corriente para agitar al viento sus sueños amarillentos. cuando a través de una antigua e irregular calle porticada, desembocas en la catedral románica, te complace el equilibrio en la transición de exterior a interior, desde la elegancia lombarda de la fachada, el ábside o el campanario ocre y terroso de ventanas columnadas, a la ley austera de naves y pilares de cruz griega. una armonía que, a mitad del paseo por las pandas del claustro, deja de permear tu conciencia, una vez el luminoso son del ángelus, la sinfonía iconográfica de los capiteles o el llamado del silencio a la inmersión en la propia interioridad no consiguen liberarte de la obsesiva cruz de lo inaplazable. antes de continuar camino, te contemplas como en un espejo en los relieves simétricos a lado y lado del arco de la portada, en esos hombres desdoblados que al tiempo que montan el león se debaten bajo sus fauces. también tú, como ellos, crees domar al monstruo que te devora.

calle mayor, el minúsculo café bajo los soportales, como un vestigio de otra época. el suelo ajedrezado, el ancho espejo de pared con la carta escrita a mano, lbarra de lamas de madera con percheros frente a los taburetes. el dueño, una pareja de mediana edad y un anciano con el periódico abierto sobre la mesa. atmósfera de respetuoso silencio, apenas punteado por el tintineo ralentizado de las cucharillas o el áspero pasar de las páginas. aunque la variada oferta de tés e infusiones y galletas de sabores singulares augura experiencias de proustiana delectación, tú, poco amigo de vacilaciones electivas, decides mantenerte fiel al líquido ébano. una vez servido, cierras los ojos y te dejas envolver por el aroma antes de dar el primer sorbo, intenso como nunca, quizá consciente de la torpeza de seguir andando al encuentro de una paz espiritual que jamás te salvará de ti mismocuando el barista echa mano del móvil y rompe el silencio con el arranque de un estándar de jazz, le muestras tu agradecimiento con un leve asentimiento.

2 comentarios:

  1. El arte, en este caso la música, también la arquitectura, no cura pero consuela, ya creo que lo hace. Un texto denso el suyo, que invita a ser leído varias veces y, al hacerlo, ofrece recompensa. Un saludo cordial.

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    1. Gracias por sus palabras. Sí, coincido con usted en lo de la densidad y en lo del consuelo, que me temo que en el caso del protagonista del texto nace de la propia aceptación de la imposibilidad de encontrarlo. Un cordial saludo, Gatopando.

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